sábado, 28 de diciembre de 2013

"esto no es una Pipa"



De Recife, en Pernambuco decidí irme a Natal en Rio Grande do Norte.
No paré como tenía pensado en la capital de Paraiba, João Pessoa -aunque muchas personas me hablaron maravillas del lugar por sus playas y su tranquilidad- por una cuestión de tiempo. 
Y porque dichas personas siempre lo comparaban con Recife, pero luego señalaban que Rio Grande do Norte me podía gustar lo mismo.

Sin embargo se me venía el feriado/festejo de navidad encima, y el día que iba a arrancar, la muchacha que me iba a alojar en Natal me avisó que pasaría Navidad con sus padres en el interior y sólo volvería después. 
Y no me iba a quedar en Recife ya que no quedaba nadie en la Residencia estudiantil y alrededores... así que tenía que encontrar algún Plan B.

Como muchas de las cosas en este viaje, apareció alguien sin que le llamara y me ayudó en lo que precisaba: en este caso, un muchacho que había conocido en Rio a través de la red CouchSurfing, me contactó por FB preguntándome por dónde andaba, y cuando le conté, me invitó a ir a Pipa a pasar nochebuena, y después a volver para Natal donde se estaba quedando con su familia. 
Me pareció genial porque me habían hablado mucho de Pipa pero no sabía si daba para ir sola, ya que no tenía quién me hospedara y sabía que era un lugar turístico, y por ende caro.

Salí la mañana del 24 de la Residencia Estudiantil, junté coraje y fuerzas y me mandé para la ruta 101 que atraviesa Recife rumbo a Rio Grande do Norte. 
Caminé más de dos km por la misma hasta encontrar una estación de servicio grande donde parara gente que saliera del Estado, pero cuando al fin la encontré, no demoré mucho en hallar alguien que me dejara donde quería ir: nuevamente un camionero. 
Le expliqué que iba hasta Goianinha para llegar a la entrada de Pipa y me dijo que el día anterior ya había llevado a una argentina y una chilena hasta allí.
En el camino, entre puteadas al camión que se le quedaba, y llamadas telefónicas relacionadas al trabajo y a la fiesta de la noche, me fue comentando los lugares por donde pasábamos.
Que ahí tal río, que ahí tal frontera, que ahí tal entrada para playa nudista y que ahí tal poblado conocido por su gente cornuda...
Comprobé que hay camioneros mucho más mojigatos que una, en el sentido literal de la palabra.
El hombre me dejó en una gasolinera perfectamente ubicada para quien entra a Pipa, y ahí esperé a Tiago que venía por la misma ruta pero sentido Norte-Sur. Me serví un par de cafés (que por aquí suelen ser gratuitos) y me comí unas rodajas de pan que llevaba desde Recife.   
A eso de las 14:30 llegó mi amigo, guardamos las mochilas en el auto y arrancamos.

Tiago resultó ser un excelente guía turístico, me fue contando con entusiasmo todo lo que sabía de cada lugar donde pasábamos.  Pipa es una de muchas playas del municipio de Tibau do sul, y es la que genera más ingreso al municio porque desde hace unos años se basa en el turismo, y es muy visitada por extranjeros, sobre todo argentinos. 

Al fin llegamos y arrancamos la odisea de encontrar un hostel barato. Cuando encontramos un par que parecían buenos y más o menos en precio y nos aseguramos que tuvieran lugar, nos fuimos a la playa. La bajada principal no mostraba gran cosa: una franja de arena estrecha llena de sombrillas y sillas de los barcitos que vendían comida ahí, y una franja costera con rocas. 
Pero luego nos fuimos mandando a las siguientes playitas y eran cada vez más tranquilas y lindas. 
El agua, como el resto de los lugares que vengo viendo en el Nordeste, una maravilla: transparente y casi tibia, sobre todo cuando va bajando el sol. 
La vuelta estuvo más dificil porque la marea había subido y no veíamos las piedras, pero al fin volvimos al auto, y a decidir y guardar las cosas en un hostel. 
En este no había casi nadie en relación a otros lugares, así que vimos que tendríamos que salir si queríamos encontrar una movida social. 

En un momento se largó a llover y solo después dio para salir, pero cuando empezamos a recorrer a pie la callecita principal, descubrimos que no sólo estaban cerradas las tienditas de ropa o de surf que pululan por todos lados, sino cualquier opción barata para comer. Sólo quedaban abiertos restaurantes o pizzerías donde las promociones valían más que la estadía en el hostel, así que seguimos yirando a ver si encontrábamos al menos un lugar que vendieran refuerzos, cuando pasamos por una casa con balcón abierto a la calle, con mucha gente y reggae al mango. 
Tiago aseguraba que eso era un barcito, pero al preguntar nos dijeron que estaban cerrados, que simplemente era un festejo con amigos de la casa. 
Cuando estábamos por desistir, uno de los presentes nos invitó a quedarnos a comer y otra trajo unas cervezas, y de pronto éramos parte de la fiesta. 
En un momento alguien apagó la música y apareció una guitarra y diferentes intérpretes empezaron/amos a tocar y cantar. 

Siendo medianoche trajeron platos y comida y cada uno se servía, y resulta que eran todos habitantes de Pipa o gente que estaba ahí todos los años y se sentían familia y quisieron también hacernos sentir familia y nos contaron sus historias y se apenaron cuando dijimos que nos íbamos al día siguiente.

Y al día siguiente volvimos a bajar a la playa, comimos en uno de los pocos lugares abiertos y nos fuimos a apreciar las playas cercanas, con sus barrancos y sus dunas, una maravilla de paisaje y color, antes de arrancar de tardecita de regreso a la ruta y por primera vez para mi a Natal.



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