La idea era llegar a Salvador de Bahia entre el 12 y el 16
ya que esos días se llevaría a cabo un encuentro de residencias de estudiantes
del nordeste, y como el Manu y Cococo venían quedándose en residencias de
estudiantes hacía varios meses, querían encontrarse con los amigos que habían
hecho, además de ponerme en contacto con ellos para que yo también pudiera
aprovechar esta forma de alojamiento.
Salimos con el Manu de Vale de Capão a las 7:30 de la mañana
del 14 -Cococo ya había partido la noche anterior en bondi- consiguiendo
enseguida la primera carona del día hacia Palmeiras. (N de la R: ¿cómo se dirá
"carona" en castellano uruguayo para no decir "vehículo que
responde afirmativamente al acto de hacerle dedo"?...) El automovilista
nos dejó a nosotros y otro hombre en la terminal de ómnibuses, ya que nos dijo
que cualquiera que saliera a la ruta tendría que pasar por ahí.
Nos tomamos tranquilos el primer medio termo de mate cuando
nos levantó una camioneta que manejaba un guía de turismo muy buena onda, que
nos dejó en una gran estación de servicio en la ruta, de esas con restaurante y
baños con duchas donde paran los camioneros.
Ahí nos terminamos el termo y esperamos, preguntamos y
esperamos, pedimos ayuda a los trabajadores del puesto y esperamos... Un
camionero dijo que podía llevar solo a uno, otros nos decían que su empresa les
prohibía llevar gente.
Bien pasado el mediodía uno nos dijo que nos llevaba a
Salvador pero que solo llegaría al día siguiente porque a las 17 tenía que
parar. Pensamos que lo mejor era que nos llevara, y donde él parara, nosotros
seguiríamos haciendo dedo hasta el anochecer, y si no nos llevaba nadie
seguíamos con él al día siguiente. Con este hicimos unos cuantos km, y a medida
que íbamos avanzando se iba soltando y volviéndose cada vez más el estereotipo
de camionero que unos se imagina: mujeriego, gritándole cosas por la ventanilla
a la gente, haciendo bromas con otros camioneros, puteando en el tránsito y
contando anécdotas increíbles.
En un momento nos dijo que nos bajáramos ya que tenía que
hacer algunas cosas en un puesto y no lo podían ver llevando gente. Nos sugirió
quedarnos por ahí cerca haciendo dedo, y si no nos levantaba nadie, él nos
volvía a levantar. Cruzamos a otra gasolinera, preguntamos a todo el mundo por
ahí, compramos un paquete de galletitas y llenamos la botella de agua y vimos
cómo se iba nuestro camionero dejándonos ahí, en Paraguaçu.
Volvimos a cruzar y nos pusimos a hacer dedo en la ruta,
donde había un lomo de burro y una bajada grande que obligaba a todo el mundo a
aminorar la velocidad. Pasaron millonadas de camiones y varios autos y
camionetas, todas llamativamente nuevas pero la mayoría miraba para otro lado.
Al final captamos a un camionero que había parado por otra
cosa y que nos dijo que no iba a Salvador pero nos podía dejar en Feira de
Santana, una ciudad de camino que nos venía genial. Hombre de pocas palabras,
se disculpó diciendo que le dolía mucho la garganta y hacía varios días que
venía manejando. Lo poco que supo sobre nosotros fue porque le contamos, pero
él no preguntaba nada.
Él tenía que parar a las 19 y nos bajamos en el puesto en el
que él acomodó el camión para dormir. Estaba lleno de camiones parados o
llegando y vimos difícil el poder seguir el mismo día, y vichamos un terrenito
al lado del restaurante, donde cabía perfectamente la carpa que traía el Manu.
Como veníamos prácticamente sin comer nada en todo el día, decidimos cenar ahí.
Era un poco caro, pero quedamos repletos.
Yo insistía con que todavía podíamos llegar a Salvador ese
día ya que esta era la ruta directa y varios autos entraban a la estación antes
de seguir. Volví a salir al ruedo, y al final un automovilista, después de un
largo interrogatorio me dijo que sí, que nos llevaba. Era un dentista que
estaba volviendo de Feira donde trabajaba tres días a la semana.
Cuando estábamos a unos 30 km de Salvador sentimos olor a
goma quemada y bajamos. Uno de los neumáticos estaba prácticamente derretido.
El hombre no tenía la rueda de repuesto porque había pinchado a la ida y ya la
había cambiado. Llamó al guinche y al seguro y esperamos. Y esperamos, y
esperamos...
estuvimos ahí casi tres horas, al final entramos a la ciudad
de Salvador en el sexto vehículo del día: el guinche que llevaba el auto del
dentista.
A esa hora y con nuestro equipaje todavía nos quedaba
atravesar la ciudad ya que habíamos quedado en un barrio totalmente alejado de
la residencia estudiantil que conocía el Manu.
Después de que una Van nos rechazara por nuestro equipaje,
de que el ómnibus que conseguimos a esa hora nos dejara mucho más lejos de lo
que esperábamos, de que los taxistas nos gritaran que teníamos que tomar un
taxi porque nos iban a agarrar ladrones, al fin arribamos a la residencia, a
eso de las 2 de la mañana.
Misión cumplida. Cansancio absoluto.