martes, 26 de noviembre de 2013

Seis salvadores para Salvador

La idea era llegar a Salvador de Bahia entre el 12 y el 16 ya que esos días se llevaría a cabo un encuentro de residencias de estudiantes del nordeste, y como el Manu y Cococo venían quedándose en residencias de estudiantes hacía varios meses, querían encontrarse con los amigos que habían hecho, además de ponerme en contacto con ellos para que yo también pudiera aprovechar esta forma de alojamiento.

Salimos con el Manu de Vale de Capão a las 7:30 de la mañana del 14 -Cococo ya había partido la noche anterior en bondi- consiguiendo enseguida la primera carona del día hacia Palmeiras. (N de la R: ¿cómo se dirá "carona" en castellano uruguayo para no decir "vehículo que responde afirmativamente al acto de hacerle dedo"?...) El automovilista nos dejó a nosotros y otro hombre en la terminal de ómnibuses, ya que nos dijo que cualquiera que saliera a la ruta tendría que pasar por ahí.

Nos tomamos tranquilos el primer medio termo de mate cuando nos levantó una camioneta que manejaba un guía de turismo muy buena onda, que nos dejó en una gran estación de servicio en la ruta, de esas con restaurante y baños con duchas donde paran los camioneros.

Ahí nos terminamos el termo y esperamos, preguntamos y esperamos, pedimos ayuda a los trabajadores del puesto y esperamos... Un camionero dijo que podía llevar solo a uno, otros nos decían que su empresa les prohibía llevar gente.

Bien pasado el mediodía uno nos dijo que nos llevaba a Salvador pero que solo llegaría al día siguiente porque a las 17 tenía que parar. Pensamos que lo mejor era que nos llevara, y donde él parara, nosotros seguiríamos haciendo dedo hasta el anochecer, y si no nos llevaba nadie seguíamos con él al día siguiente. Con este hicimos unos cuantos km, y a medida que íbamos avanzando se iba soltando y volviéndose cada vez más el estereotipo de camionero que unos se imagina: mujeriego, gritándole cosas por la ventanilla a la gente, haciendo bromas con otros camioneros, puteando en el tránsito y contando anécdotas increíbles.
En un momento nos dijo que nos bajáramos ya que tenía que hacer algunas cosas en un puesto y no lo podían ver llevando gente. Nos sugirió quedarnos por ahí cerca haciendo dedo, y si no nos levantaba nadie, él nos volvía a levantar. Cruzamos a otra gasolinera, preguntamos a todo el mundo por ahí, compramos un paquete de galletitas y llenamos la botella de agua y vimos cómo se iba nuestro camionero dejándonos ahí, en Paraguaçu.

Volvimos a cruzar y nos pusimos a hacer dedo en la ruta, donde había un lomo de burro y una bajada grande que obligaba a todo el mundo a aminorar la velocidad. Pasaron millonadas de camiones y varios autos y camionetas, todas llamativamente nuevas pero la mayoría miraba para otro lado.

Al final captamos a un camionero que había parado por otra cosa y que nos dijo que no iba a Salvador pero nos podía dejar en Feira de Santana, una ciudad de camino que nos venía genial. Hombre de pocas palabras, se disculpó diciendo que le dolía mucho la garganta y hacía varios días que venía manejando. Lo poco que supo sobre nosotros fue porque le contamos, pero él no preguntaba nada.

Él tenía que parar a las 19 y nos bajamos en el puesto en el que él acomodó el camión para dormir. Estaba lleno de camiones parados o llegando y vimos difícil el poder seguir el mismo día, y vichamos un terrenito al lado del restaurante, donde cabía perfectamente la carpa que traía el Manu. Como veníamos prácticamente sin comer nada en todo el día, decidimos cenar ahí. Era un poco caro, pero quedamos repletos.

Yo insistía con que todavía podíamos llegar a Salvador ese día ya que esta era la ruta directa y varios autos entraban a la estación antes de seguir. Volví a salir al ruedo, y al final un automovilista, después de un largo interrogatorio me dijo que sí, que nos llevaba. Era un dentista que estaba volviendo de Feira donde trabajaba tres días a la semana.

Cuando estábamos a unos 30 km de Salvador sentimos olor a goma quemada y bajamos. Uno de los neumáticos estaba prácticamente derretido. El hombre no tenía la rueda de repuesto porque había pinchado a la ida y ya la había cambiado. Llamó al guinche y al seguro y esperamos. Y esperamos, y esperamos...
estuvimos ahí casi tres horas, al final entramos a la ciudad de Salvador en el sexto vehículo del día: el guinche que llevaba el auto del dentista.

A esa hora y con nuestro equipaje todavía nos quedaba atravesar la ciudad ya que habíamos quedado en un barrio totalmente alejado de la residencia estudiantil que conocía el Manu.

Después de que una Van nos rechazara por nuestro equipaje, de que el ómnibus que conseguimos a esa hora nos dejara mucho más lejos de lo que esperábamos, de que los taxistas nos gritaran que teníamos que tomar un taxi porque nos iban a agarrar ladrones, al fin arribamos a la residencia, a eso de las 2 de la mañana.


Misión cumplida. Cansancio absoluto.

domingo, 24 de noviembre de 2013

Los hermanos

Una envidia que conozco
un malestar en el aire
cuando aparece el otro
y hay que compartir un alguien

Una paciencia explicada
diferencias que se inventan
parecidos que se igualan
Voces de otras experiencias

Cómplices de quien responda
Enemigos de quien mire
Siguiéndose como sombras
Peleándose como pibes

Me saben y me perciben
Distancian las cercanías
Tocan mi lado sensible
Desayunan despedidas

Me cuidan bien al descuido
se dejan querer queriendo
muestran sus rostros de amigos
Cruzan solos sus infiernos

Tengo miedo de perderlos
tengo miedo de encontrarlos
Me guardo, por si el recuerdo

el deseo de abrazarlos.

Chapada Diamantina, Bahía

Cuando era chica una vez leí en Revista PostData sobre Lençois, no sé quién lo escribió ni si era una columna habitual. A mi me quedó grabada en el recuerdo la foto de un sol atardeciendo o amaneciendo y las palabras del periodista embelezado con aquella aldea antigua, de calles de adoquines, un entorno de naturaleza sin igual y carteles que decían "cuide bem de Lençois".

Unos 15 o 20 años después me encuentro arribando a Lençois, en el interior del Estado de Bahia, siendo el poblado principal del Parque Nacional Chapada Diamantina (de cerca de 40.000 km2). Actualmente sigue estando tan limpia y conservada como describía el columnista, pero ahora desarrolló más su veta turística, de hecho lo único que se ve funcionando son posadas, restaurantes, casas de artesanías y servicios de guías de turismo, además de algún almacencito y las casas de los lugareños.

Se respira una calma curiosa, un silencio que se rompe solo con los gritos de los niños o los motores de las motocicletas, únicos vehículos que logran transitar a alta velocidad entre las callecitas estrechas y empinadas de adoquines. Sólo escucho música bajita que viene de dentro de las casas. Pregunto por música en vivo y me dicen que hay solo en un restaurante que hoy está cerrado. Pienso que de noche habrá más movimiento.
Vine a Chapada Diamantina a encontrarme con Manu y Cococo, dos hermanos uruguayos de mi barrio de infancia que también están viajando solos y se encontraron para hacer un trayecto juntos y me invitaron a sumarme en esta parte. Queremos hacer algo de música, uno de ellos toca percusión y el otro saxo y guitarra y andan con sus instrumentos.

La primera noche nos desencontramos: voy para un hostel en Lençois esperando señales de vida de los muchachos que no aparecen, como tampoco aparecen unos supuestos huéspedes de la UESP, y paso a ser la única pasajera del lugar, sin contar a la gran familia que vive allí y lo administra. No es muy barato, pero incluye un muy buen desayuno y está bien ubicado y con linda vista sobre la aldea. Después de haber dejado las mochilas salgo a recorrer el pueblo hasta que oscurece. Me llama la atención una construcción que parece un teatro antiguo al aire libre, pero que tiene un altar con virgen y cruz, y un hombre haciendo deporte dentro. Pero lo que más me llama la atención entre tanta casita de piedra es el perfume de flores. Un perfume dulce que envuelve todo el pueblo, no logro descubrir si es de una sola planta o la suma de varias, solo sé que es tan inolvidable como el aroma de los tilos florecidos del Prado de Montevideo.

De noche me encuentro con Suzy, una morena que resulta ser originaria de Curação pero hace años salió de su tierra y ahora se instaló en la Chapada buscando un lugar tranquilo fuera de la ciudad de Salvador donde vivió un buen tiempo. Trabaja haciendo masajes pero lo suyo es la danza, de hecho di con ella porque había visto en un sitio web que estaba organizando un festival de tango. Me comenta que aún no lo ha conseguido, que primero quiere formar un cuerpo de bailarines, y ella es profesora, pero le falta una pareja de baile que enseñe la parte de los hombres. Comemos un plato típico, Abará, y me comenta sobre qué paseos se pueden hacer sin pagar un guía, como una pequeña cascada a la que puedo acceder sola, y otro lugar que me ice que es muy lindo, al que se ofrece acompañarme apenas tenga tiempo.

Al día siguiente logro comunicarme con los muchachos y resulta que están en otro poblado, Vale do Capão (del que me han hablado muchísimo varios brasileros), y para llegar allá debo tomar un ómnibus después del mediodía. Hago mi paseo de mañana, aunque llovizna y me da un poco de miedo el resbalarme en las piedras así que no me adentro mucho. Saco algunas fotos pero no hay forma de registrar el aroma del monte que cruzo. Vuelvo, armo mochilas y parto para Palmeiras, pueblo desde donde se llega a Vale do Capão.
Llego al Vale en una Van que me deja en la puerta del camping donde me indicaron. Me dicen que los extranjeros no están pero que los puedo esperar. Mis amigos son rubios y aquí en Brasil todo el mundo los trata de "gringos".

Salgo a caminar y a conocer por mi cuenta mientras hago tiempo. Camino por una calle de tierra que parece no acabar nunca hasta que me canso. Cada vez que pasa un vehículo levanta mucho polvo y me da tos. Cuando pego la vuelta para recorrer la misma calle hacia el otro lado para un auto y me ofrece "carona". Agradezco pero quiero caminar y no perderme detalles de lo que veo. Estoy en un valle, con un paisaje de montañas hacia todos lados y una vegetación tupida e interesante. Veo algo colgado de un árbol que se parece a un panal de avispas pero no es, veo un par más, más pequeños y pienso en un fruto, parece como si fueran melones cruzados con erizos, que cuelgan como gotas de esos árboles. Después me entero que es una fruta comestible, la "jaca", y en esta zona crecen de forma silvestre. Para comerla hay que abrirla como un zapallo y la parte de adentro tiene como unos pelos amarillos que parecen espaguetis, para comer hay que tirar de ellos con una mano y cortar a cuchillo con otra, y esa pulpa es dulzona y bastante suave. Para sacarse el pegote del jugo hay que lavarse con aceite, porque al pasar las manos por agua, los rastros de la jaca se ponen más pegajosos como si uno hubiera trabajado con una cola vinílica fuerte o cemento de contacto blanco.

Sigo mi recorrido y doy a una calle empedrada y más poblada. Allí hay comercios y una placita, además de las posadas que ofrecen guías turísticos para hacer los paseos a los alrededores. Me siento en un banco en la placita y enfrente estaciona el mismo auto que se había ofrecido a llevarme hace un buen rato. El señor baja, me saluda, y se ríe de haber llegado después. Resulta ser un ingeniero que se vino desde Salvador hace un par de meses agobiado de la ciudad. Me dice que acá evidentemente no tiene trabajo de ingeniero, así que se dedica a trabajar la tierra. Vive en una especie de comunidad que tiene un centro cultural con biblioteca, gente que atiende con medicina alternativa, un grupo de música que también da clases de distintos instrumentos, salón para yoga, una posada y no sé qué más. Le prometo que vamos a ir a conocer el lugar un día de estos.Se ofrece a llevarme de vuelta al camping después de hacer unos mandados y acepto. Justo cuando está anocheciendo se larga a llover y me viene bárbaro volver en auto.

Me encuentro con el Manu en la cocina del camping, nos reconocemos por nuestras fotos de FB. Hablamos un rato y aparece el Cococo. Debe de hacer 10 años que no lo veo, mínimo, pero los dos hallamos que estamos iguales. Ellos se han hecho amigos de una suiza que está en un cuarto y entre los 4 definimos hacer la cena. Vamos a la villa, que viene a ser la parte comercial del valle, y después de comprar las cosas nos distraemos con un muchacho que tiene un saxo y que resulta ser argentino. Se arrima más gente, hay un uruguayo que vive hace años en Brasil y ahora está aquí, sobrevive haciendo changas de albañilería aunque en otros lados se dedicaba a la artesanía, pero dice que acá no se vende. Es oriundo de Nueva Helvecia y no ha perdido para nada su cantito al hablar en español. Menciona que también alquila camas en su casa, y nos sale más barato que el lugar donde estamos, por lo que decidimos ir para ahí al día siguiente. De paso alguien nos comenta de diferentes actividades culturales que habrá a la brevedad cerca de Salvador. Nos entusiasmamos con llegar a ellas, mientras pensamos en armar una banda que incluya al saxo.

Al día siguiente dejamos el camping-cuarto y nos vamos para lo de Ernesto, el uruguayo a dejar las cosas para salir a hacer un paseo largo y famoso por esos lares: la "Cachoeira da fumaça", el segundo salto de agua más alto después del Salto Angel en Venezuela. El nombre se debe a que el agua tiene que hacer un recorrido tan largo para llegar al suelo (unos 400 metros) que antes de llegar ya empieza a subir con el viento, entonces la ilusión óptica es de vapor o humo. Lo vemos desde arriba, prácticamente desde el borde de un precipicio, y se ve que estas paredes de piedra son formaciones geológicas muy antiguas, de esas que hay en pocos lugares del mundo. Un guía nos comenta luego que estamos a más de 1000 metros de altura. Claro que no partimos del nivel del mar para subir, pero puedo entender un poco más mi cansancio.
En Vale do Capão también hay un circo. Pero no uno itinerante, es un espacio grande con una estructura armada y una carpa enorme. Ahí habitualmente se dan clases de diferentes disciplinas de circo, sobre todo a niños. Estos días el espacio está siendo usado para un Encuentro de cultura sustentable o algo parecido, y hay gente que se anotó y asiste a charlas y talleres todos los días. De noche hay cierres culturales, y nos invitan a participar de "palco aberto", o sea un escenario donde se puede presentar cualquier número de hasta 15 minutos. Preparamos algunas canciones uruguayas y una brasilera y aprovechamos para tocar ahí. A la gente parece gustarle mucho, de hecho varios días después nos siguen felicitando por la calle. Quedamos enganchados con la idea de seguir haciendo lo mismo cuando lleguemos a Salvador.

Hacemos algunos paseos más, los que están dentro de nuestras posibilidades sin tener que pagar a un guía turístico que realmente nos resulta muy caro. Nos queda pendiente ir al Vale do Patí, lugar del que todo el mundo habla pero que parece que lleva un mínimo de 4 días para que valga la pena desde donde estamos (queda más cerca del pueblo Guiné), y que parece que realmente hay que ir con alguien que conozca porque es muy fácil perderse.

Cuando nos despedimos de la Chapada Diamantina acordamos que vamos a volver, así sea dentro de 5 años, y nos vamos a tomar el tiempo que el Vale y que nosotros precisemos.






lunes, 11 de noviembre de 2013

Rio - Tabajaras


Cuando salí de Santa Teresa, fui a dar a una casa en la comunidad de Tabajaras (lo que solemos llamar favela), ubicada aproximadamente a un kilómetro de la playa de Copacabana. La entrada a la comunidad es una escalera larga y empinada, donde hasta los moradores quedan de lengua afuera al terminar de subirla. Y luego hay que seguir subiendo, según en qué sector se viva. 
Para bajar hasta la playa lo recomendable es ir equipado con agua, comida y lo que se pueda precisar, porque los precios en Copacabana son terribles. Y si llega a ser fin de semana y está soleado, vale más la pena caminar unas cuantas cuadras hasta llegar a Ipanema, porque Copacabana es un hormiguero insoportable de gente, a pesar de tener una franja de arena más amplia y linda.

Allá me quedé en la casa de un pibe sumamente intelectual, cursando actualmente dos carreras a la vez ya estando recibido de otras cosas. 
Además era vegano (fundamentalista) y trabajaba con cine. O sea, una cantidad de elementos que habitualmente no le atribuiría a una persona viviendo ahí. Prejuicios, por supuesto, pero compartidos también por la propia sociedad carioca. Él me contaba que una compañera de clase le había dicho que prefería morir antes que vivir en una favela. A ese extremo puede llegar la gente, si.

Ahí experimenté cocinar cosas variadas, inventé con lo que había y con la precauciones de lo que no se podía, incluso con poco fuego y varios días sin agua, y creo que fue una prueba superada.

Pero esos días no los pasé tan bien, en primer lugar porque estuve padeciendo una migraña imposible, de esas que no se van ni con medicamentos tradicionales ni no tradicionales ni nada... no soportaba la luz del sol (que por fin había salido) ni ruidos muy fuertes, ni ningún movimiento de la cabeza. Fue durante varios días y realmente me daba ganas de llorar. Después de pasada la migraña comenzó una tos seca que me venía sobre todo en las noches, y que asocié inmediatamente al humo, el convidado de piedra de la casa. Mi anfitrión también andaba con tos hacía tiempo, pero él decía que la suya tenía origen en los gases lacrimógenos inhalados en las manifestaciones de esos días. Y por supuesto seguía fumando.

Lo otro que padecí esos días fue la relación con mi anfitrión: por un lado era muy amable y solidario conmigo, compartiendo todas sus cosas y su espacio sin tener obligación ninguna para hacerlo. Por otro lado volcaba en mi una cantidad de enojo hacia otras personas que tenía guardado, y no sé si habría logrado hablarlo con alguien tan abiertamente hasta que estuve allí y entramos en confianza. Entonces, creo que estuve conviviendo con alguien bipolar, no sé si de diagnóstico clínico, pero sí en la práctica. Una persona que quería rodearse de personas que fueran libres, que actuaran tal como fueran, pero luego le molestaba que yo hiciera o dejara de hacer lo que yo quería, entonces me generaba una contradicción muy grande. 
Al hacer mis mochilas para irme a dormir a otro lado, cambió su actitud, me convenció de quedarme ya que decía que estaba muy solo y esos días le venía bien mi compañía. A los dos días ya se estaba quejando de todo de vuelta, destratando al mundo entero en mi persona. 
Cuando me preguntó por qué me seguía quedando ahí le dije con toda mi sinceridad ingenua que estaba tratando de ver cómo se hacía para revertir la situación para no irme y quedar "peleados" siendo que nos podíamos llevar tan bien. Al acompañarme al metro cuando definitivamente me iba de ahí, me pidió disculpas por cualquier daño que me hubiera causado.

¿Un loco consciente? Quién sabe. Sí sé de mi estupidez inconsciente por dar segundas, terceras  y cuartas oportunidades a las personas por creer que me hacen bien hasta que prueben fehacientemente lo contrario.



Rio - Realengo


Después de intentar diferentes encuentros fallidos con mi amiga Leinimar en algún punto cerca del centro (incluso llegamos a encontrarnos en una manistación pero no logramos pometnos al día porque terminó de forma violenta entre gases lacrimógenos y cada una prácticamen huyó para su barrio), decidimos que lo mejor era que yo fuera para su barrio algún día y por ser tan lejano de donde me estaba quedando, pasara la noche en la casa de ella. Me pareció genial, además me gustaba la idea de conocer su barrio, del cual solo tenía referencias a través de la prensa o que fuera mencionado en una canción... 
Encima Leini coordinó con un amigo suyo que suele tocar en ciertos lugares fijos para que me invitara a cantar alguna, e invitó a algunos amigos más para que fueran a verlo/ vernos, así que se volvía más divertida la invitación. Su amigo Junior tocaba en una pizzería en el Shopping de Bangú, -un barrio próximo y famoso entre otras cosas por llegar a temperaturas extremas de más de 50° en verano- y alli cenamos en mesa grande y me arrimé cuando Junior me presentó, y salió tan bien que parecía ensayado.

Realengo es un  barrio muy grande, en la zona Oeste de Rio de Janeiro, a donde no llega el Metro de la ciudad... de hecho tuve que tomarme un bondi, un metro y un tren, además  caminar mucho para llegar a su casa. Me fue a esperar el compañero de Leini, Diogo, a la estación de tren. Los dos son profesores de filosofía, los dos estaban en plena huelga peleando por sus derechos y los de sus alumnos, los dos atentos a cada manifestación o asamblea de docentes, los dos puestos absurdamente en proceso penal por participar de la huelga.

El día siguiente al toque en el Shopping era el Día del profesor (término que en Brasil incluye al docente de educación primaria). Una especie de feriado en medio de la semana. 
Nos levantamos tarde, desayunamos rico y a Leini se le antojó un "churrasco", o sea un asado, y hubo que improvisar una parrilla en una patiecito interno de la casa, comprar varias cosas y preparar todo. Llevó mucho rato de preparación pero valió la pena, todo lo cocinado (incluía verduras asadas, arroz y farofa también) quedó exquisito. 
Ese día también había manifestación en el centro, justamente por ser el Día del profesor, y la idea era hacerse sentir en la tarde, con mucha gente en un horario visible. 
Al final no fuimos ese día: esperábamos a un par de amigos de mis  amigos para que se arrimaran al asado y se fue pasando la hora, contando justamente con el temita de la distancia y sobre todo del transporte que implicaría unas dos horas y media hasta el punto de encuentro. 
Vimos en internet imágenes de la gente con sus pancartas y  pasacalles y de tarde parecía una fiesta, pero se fue aguando cada vez más con la presencia y posterior represión de la Policia Militar. 
Ese día los PM llenaron cuatro ómnibuses con  "detenidos por averiguaciones" y los pasearon durante toda la noche por diferentes puntos sin decirles a qué delegacías iban. 
Al día siguiente había 70 presos. 
Varios de ellos quedaron guardados muchos días, bajo carátulas absurdas como sediciosos y "asociación para delinquir".

Así de amargo terminó el festejo del día de los profesores. 
Así de removedor fue mi pasaje por Realengo, que terminó al día siguiente de tarde, yéndonos los tres bajo lluvia hacia estación central, donde nuestros caminos se dividían: yo a mi simple rol de observadora, ellos a una asamblea con su importante rol de luchadores sociales.

Rio - Santa Teresa


El barrio Santa Teresa, donde pasé casi tres semanas en casa de Paulo y luego de Marquinhos, tiene un particularidad histórica interesante: es el único "morro" que fue poblado desde un principio por la clase media y por lo tanto no se "favelizó".

Ubicado al lado (o sobre) Lapa, EL barrio nocturno (lleno de discotecas, bolichitos, bares de diferentes tipos y para diferentes faunas), Santa Teresa es el lugar de los artistas, los bohemios, poblado de ateliers con esculturas extrañas en los jardines, de boutiques de cuadros y artesanías y por supuesto, cada vez más, de hostels, posadas, casas que alquilan cuartos para turistas que no quieren estar en la típica zona turística, lo que a su vez lo va haciendo un barrio cada vez más caro...

Diferente a otros cerros poblados que conocí, Santa Teresa tiene sus calles adoquinadas -por donde pasan ómnibuses y por donde los taxistas no quieren ir- zurcadas por los rieles del "bondinho", un pequeño tranvía que dejó de circular hace poco tiempo y que los vecinos reclaman que vuelva. Las casas están pegadas pero no hacinadas, incluso hay algunas que parecen antiguos castillos o palacetes.

Por el contrario, las veredas son muy angostas y tienen en la mitad la línea de columnas de luz, por lo que es muy poco práctico circular por ellas, aunque dos por tres hay que andar haciendo steps subiendo y bajando el cordón porque en Rio en el tránsito el más grande siempre tiene la razón: el bondi va a pasar antes que el auto, el auto antes que la moto, la moto antes que la bicicleta y la bici antes que el peatón. "Antes" por no decir "por encima".

Hay lugares desde donde se tiene un vista imponente de otros barrios, se puede ver el mar hacia un lado y hacia otro se puede ver cerros más altos con sus cascadas de casas que llegan hasta los valles que forman las avenidas más céntricas de Rio.

Y por supuesto desde un cierto punto se puede ver al famoso Cristo, observando toda la ciudad, lo único que faltaba para que es barrio sea una postal que dan ganas de enviar a todos los seres queridos.