En el estado de Bahia hay muchas playas turísticas. Una de
ellas, que yo conocía solo de nombre, es Praia do Forte, y queda como a unos
100 km de Salvador hacia el norte.
Ahora, ¿qué le vé la gente, en relación a otros lugares de
Bahia, como para que llene tanto? No sé, la verdad.
Supongo que como muchos
otros lugares, primero fue atractivo porque era un lugar tranquilo, seguramente
una aldea de pescadores, y con el tiempo se fue llenando de negocios
relacionados al turismo, y actualmente solo se ve eso: las callecitas -muy
prolijas y arboladas- están llenas de restaurantes super caros, tiendas de ropa
y artesanías y souvenires, posadas, hoteles, barcitos...
¿Y la playa?... bien, gracias...
Bueno, no digo que no tenga
playa, pero es bastante chiquita, y en misma se juntan bañistas y barcos. A
medida que transcurre la tarde, la marea va subiendo y echando a la gente que
está en la arena, bajo las sombrillas que están allí puestas por los barcitos
costeros para sentarse a consumir.
Preguntamos si no había otra playa, porque nos llamaba la
atención que la famosa Praia do Forte fuera solo eso, de hecho no vimos el
Fuerte en ningún lado. Efectivamente, pasando toda una zona que es área
protegida del Proyecto Tamar, parece que hay otra playa, mucho más tranquila, a
unos 15 minutos caminando.
Pero -nos decían- ya a esta hora (3 de la tarde) no
hay mucha gente, la marea sube y la gente se va...
Claro, es que nosotros, si
bien estábamos ahí para conocer el balneario, también andábamos con la guitarra
a cuestas dispuestos a dar serenatas en cualquier lugar donde hubiera gente.
Encima andábamos con todos los bultos que veníamos cargando desde Arembepe:
carpa, mochilas, sobres de dormir... no daba para andar arrastrando todo hasta
la otra playa solo por las dudas.
El Proyecto Tamar debe de ser lindo de
visitar, pero había que pagar entrada, y nosotros habíamos ido con la intención
de ganar dinero, y no de gastarlo.
Total tocamos y cantamos unas cuantas veces, haciendo un
esquema parecido al del ómnibus: nos presentamos como músicos viajantes en
cualquier lugar donde hubiera bastante gente (restaurante, barcito o playa), y
largamos una canción en español y la otra en portugués. Después otra
explicación y la pasada de gorra.
Nos fue bastante bien, y por más que fueron varias horas al
sol, y que había cierto ruido del ambiente (en la playa el propio mar rompiendo
a nuestras espaldas, en los boliches el ruido de la gente comiendo y alguna
música de fondo), encontramos este día menos cansador que los días de bondis. Probablemente
porque justamente íbamos cambiando de lugar y panorama visual.
Un par de cosas lindas que nos pasaron esa tarde:
la primera, mientras subíamos de la playita después de tocar
ente unas sombrillas, sentimos que nos gritaban desde el agua. Nos dimos vuelta
y había una barra de más de 15 adolescentes bañándose y curiosos con nosotros.
Nos miramos sabiendo que no íbamos a ganar un mango pero que podía estar
divertido. Empezamos a cantar y fueron saliendo del agua, rodeándonos y
codeándose los unos a los otros para que hicieran silencio. Al finalizar fue
una tormenta de aplausos y preguntas que nos dejó sonriendo por un rato.
Lo otro fue la respuesta de nuestro público en uno de los
barcitos: primero unos artesanos que fueron a pedirle a un pibe que apagara la
música que estaba escuchando en una plazoleta con altoparlantes unos metros
atrás nuestro. Al pasar la gorra después de muchos aplausos, alguien me
pregunta en portugués si conozco la canción (y empieza a cantar en perfecto
español) "caminito de tierras coloradas..." Después de cerrar la boca
pregunto de dónde es. Santana do Livramento. Ahí me cierra. Ni siquiera un
montevideano hubiera elegido esa canción, tenía que ser alguien de frontera. En
el mismo lugar, cuando me acerco al fondo, un hombre con un balde que está
sentado junto a los empleados del bar me dice bajito que no tiene plata para
darnos, pero que si tenemos una bolsa, le gustaría darnos una sardina. Me
muestra el balde. Tiene dos grandes pescados que evidentemente pescó hoy. Le agradezco
mucho y después de pensar le explico que no nos estamos quedando en Praia do
Forte y que tengo miedo de que se eche a perder en el viaje de vuelta hacia
Salvador. Me dice que si no tenemos dónde guardarlo, de aquí a la noche se pone
feo, que es una pena porque es lo único que tiene para darnos y nos lo quiere
dar.
Y es una pena, si, porque si la Residencia Estudiantil quedara más cerca o
tuviéramos una heladerita para transportarlo, el pescado sería bienvenido por
muchas bocas, que seguro que hace mucho que no comen pez y mucho menos fresco.
Y porque además estaríamos siendo sinceros con nuestras propias palabras cuando
decimos "cualquier colaboración sirve,
cualquier cosa que puedan dar nos ayuda".
Linda experiencia, sea como sea y del lado que se la mire.
No hay comentarios:
Publicar un comentario