domingo, 8 de diciembre de 2013

¿Ya no hay hippies en las plazas?


Lo que hace famosa a la localidad de Arembepe, en el Estado de Bahia, es la Aldea Hippie.

Resulta que es la aldea hippie más antigua de Brasil, y dicen los artículos de diario que tanto Janis Joplin como Mick Jagger conocieron el lugar y casi se quedaron a vivir.
¿Qué es lo que hace que aquel lugar se siga llamando así actualmente? Bueno, es difícil de describir. No es precisamente que vivan fuera del sistema, eso seguro. Los habitantes sobreviven vendiendo artesanías y/o ofreciendo algún servicio a los visitantes. O sea, viven del turismo.

Pero no es una zona de muchos servicios: además del "centro de artesanato", hay un camping, un restaurante, un barcito y gente que ofrece sus casas o jardines como alojamiento.

Para abastecerse de cualquier otra cosa hay que ir al poblado, que está a unas 10 cuadras y tiene supermercados, heladería, carnicería, la terminal de bondis y supongo que alguna feria un día a la semana. Y también hay posadas, algún hotel, la escuela, una placita con juegos y puestitos, la policía, y seguro que alguna iglesia que no . Y también hay alumbrado público, calles asfaltadas, corriente eléctrica, y saneamiento en las casas.

Digamos que, en comparación, hay una gran diferencia en lo que respecta al confort.
La Aldea Hippie está formada por cerca de 40 casas construidas con paja o piedras sobre la arena entre la playa oceánica y un río de agua dulce que suele servir a los habitantes como bañera donde sacarse la sal o darse una refrescada si el mar está muy bravo.

Contrariamente a Salvador, aquí el océano es totalmente abierto, el agua verde y con mucha arena en la rompiente, la marea sube mucho de tarde ocultando los grandes pozos formados por las mismas olas, y las rocas y corales que están en casi toda la costa de esta zona. Los moradores van a la playa de mañana o si no, si van de tarde, comparten el lugar de baño con la zona de pesca que a la vez es la salida al mar del Proyecto Tamar, un lugar de protección de tortugas de mar que justamente desovan en esa zona sin rocas.
La vegetación es exuberante, y por encima de todo se destacan los altos cocoteros que se ven de lejos, y hacia el lado del río entre el llano se ven los pastizales alrededor de los bañados.
Llegué a ese lugar porque Jean hablaba mucho del mismo, pues aunque nunca había estado antes varias personas le habían contado, y la gente de la residencia lo confirmó alentándonos a ir, específicamente a una casa donde un artista plástico ofrecía alojamiento.
Arribamos a la casa de Luiz un martes de mañana, después de un madrugón, una buena caminata y un viaje de bondi desde Salvador de algo más de una hora.

La primera impresión no fue la esperada, no había casi nadie en la casa y Luiz estaba concentrado en construir un baño de piedra y latas, y nos hablaba medio entre dientes mientras rezongaba a una niña de rulos claros y la mandaba a hacer diferentes tareas.
En un momento escuché una conversación en la que la niña le decía a Jean que ella era gente, pero no humana, porque los negros son gente pero no humanos, esos son son los blancos... me chocó esa idea de la niña porque tenía 8 años, era muy avispada y se supone que está rodeada de gente que debería pregonar paz y amor y nunca permitir esas ideas de discriminación en el aire. Era la hija de Luiz.
Al mediodía aparecieron tres jóvenes brasileros con aspecto bien de turistas, y Luiz dejó su puesto en la construcción para mostrarles cada rincón de la casa alentándolos a sacar fotos, mientras bajaba unos canastos con bolsas con remeras artesanales y unas cajas con no sé qué contenido para vender. Aunque luego entendí que esto era su modo de supervivencia no voy a negar que fue también un poco chocante con mi prejuicio de lo que era una aldea hippie.
Al recorrer un poquito los alrededores en la tarde, rumbo a la playa, conocimos el pequeño restaurante (donde se nos ocurrió que más tarde podíamos cenar) y sus altos precios y nos volvió a chocar aquello, que solo con el paso de las horas entenderíamos un poco más.

Por supuesto al caer la noche nos mandamos hasta el poblado y cenamos lo más barato que encontramos, y compramos cosas para vivir a refuerzo y fruta al día siguiente hasta la hora en que pensábamos volver.
A la vuelta, bajo un cielo totalmente estrellado y un calor muy agradable con brisa nos imaginamos lo tranquila que debía ser la vida de esta gente, con playa de agua salada de un lado y playa de agua dulce del otro.
El miércoles de mañana la marea estaba baja y vimos claramente la entrada para meternos al agua. Si bien la corriente tiraba para adentro, el no tener las rocas cerca nos dejó más tranquilos para zambullirnos.
Cuando volvimos, Luiz nos presentó a un amigo de él, Pedro, que parece que era un gran músico, y venía con una muchacha francesa desde Praia do Forte, donde había estado tocando. Estaban cocinando en una gran olla una especie de guiso con muchas verduras diferentes y un arroz y nos avisaron que alcanzaba para mucha gente, que estábamos invitados. Aportamos con unos huevos duros y pasado el mediodía comimos nosotros cinco y una muchacha argentina que estaba viviendo allí, y así y todo sobró. Incluso comieron un par de niños de los que andaban todo el día correteando por ahí y trepándose a los atractivos árboles de Luiz.

Ahí Pedro nos contó que volvía a la Aldea de visita después de años de andar tocando por Europa y que seguiría viaje aunque tocando por Brasil.

Nos habló de cómo se manejaban los músicos callejeros en Praia do Forte y nos dieron ganas de mandarnos hasta ahí a probar suerte, pero para eso teníamos que quedarnos hasta el día siguiente para aprovechar la jornada y no teníamos para pagar otra noche.

Además de esa idea, nos atraía quedarnos porque estaba llegando más gente y se pusieron a planificar una guitarreada, así que al final le planteamos la situación a Luiz y nos dijo que estaba todo bien con quedarnos otra noche, esta vez sin pagar.
De noche se fueron arrimando los vecinos y gente del camping y se armó terrible fogata. Estaba la guitarra de Pedro, la de Jean, la de una portuguesa llamada Sara y varios instrumentos de percusión, algunos construidos por el propio Luiz. Pintó cantarola internacional hasta altas horas de la noche, y ahora sí se respiraba confraternidad y nos alegramos mucho de habernos quedado para poder vivirlo.
El jueves de mañana amaneció totalmente nublado y nos preguntamos si valdría la pena arriesgarnos a ir a Praia do Forte y que no hubiera nadie, ya que para los brasileros -al menos los que conocí hasta ahora-, si está nublado está frío para ir a la playa. Decidimos esperar al mediodía, y si abría nos mandábamos hasta ahí, y si seguía con pinta de lluvia nos volvíamos para Salvador, ya que teníamos la plata bastante justa para los pasajes.
Pero abrió, y empezó a hacer un calor imponente, así que empacamos todo, nos despedimos de la gente y de Arembepe, haciendo la promesa de volver para el festejo de la inauguración del baño, que después de algunos comentarios del dueño de casa respecto a la Copa del mundo y sus expectativas y las de toda la aldea, me hizo acordar irremediablemente a la película "El baño del Papa".





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