sábado, 28 de diciembre de 2013

"esto no es una Pipa"



De Recife, en Pernambuco decidí irme a Natal en Rio Grande do Norte.
No paré como tenía pensado en la capital de Paraiba, João Pessoa -aunque muchas personas me hablaron maravillas del lugar por sus playas y su tranquilidad- por una cuestión de tiempo. 
Y porque dichas personas siempre lo comparaban con Recife, pero luego señalaban que Rio Grande do Norte me podía gustar lo mismo.

Sin embargo se me venía el feriado/festejo de navidad encima, y el día que iba a arrancar, la muchacha que me iba a alojar en Natal me avisó que pasaría Navidad con sus padres en el interior y sólo volvería después. 
Y no me iba a quedar en Recife ya que no quedaba nadie en la Residencia estudiantil y alrededores... así que tenía que encontrar algún Plan B.

Como muchas de las cosas en este viaje, apareció alguien sin que le llamara y me ayudó en lo que precisaba: en este caso, un muchacho que había conocido en Rio a través de la red CouchSurfing, me contactó por FB preguntándome por dónde andaba, y cuando le conté, me invitó a ir a Pipa a pasar nochebuena, y después a volver para Natal donde se estaba quedando con su familia. 
Me pareció genial porque me habían hablado mucho de Pipa pero no sabía si daba para ir sola, ya que no tenía quién me hospedara y sabía que era un lugar turístico, y por ende caro.

Salí la mañana del 24 de la Residencia Estudiantil, junté coraje y fuerzas y me mandé para la ruta 101 que atraviesa Recife rumbo a Rio Grande do Norte. 
Caminé más de dos km por la misma hasta encontrar una estación de servicio grande donde parara gente que saliera del Estado, pero cuando al fin la encontré, no demoré mucho en hallar alguien que me dejara donde quería ir: nuevamente un camionero. 
Le expliqué que iba hasta Goianinha para llegar a la entrada de Pipa y me dijo que el día anterior ya había llevado a una argentina y una chilena hasta allí.
En el camino, entre puteadas al camión que se le quedaba, y llamadas telefónicas relacionadas al trabajo y a la fiesta de la noche, me fue comentando los lugares por donde pasábamos.
Que ahí tal río, que ahí tal frontera, que ahí tal entrada para playa nudista y que ahí tal poblado conocido por su gente cornuda...
Comprobé que hay camioneros mucho más mojigatos que una, en el sentido literal de la palabra.
El hombre me dejó en una gasolinera perfectamente ubicada para quien entra a Pipa, y ahí esperé a Tiago que venía por la misma ruta pero sentido Norte-Sur. Me serví un par de cafés (que por aquí suelen ser gratuitos) y me comí unas rodajas de pan que llevaba desde Recife.   
A eso de las 14:30 llegó mi amigo, guardamos las mochilas en el auto y arrancamos.

Tiago resultó ser un excelente guía turístico, me fue contando con entusiasmo todo lo que sabía de cada lugar donde pasábamos.  Pipa es una de muchas playas del municipio de Tibau do sul, y es la que genera más ingreso al municio porque desde hace unos años se basa en el turismo, y es muy visitada por extranjeros, sobre todo argentinos. 

Al fin llegamos y arrancamos la odisea de encontrar un hostel barato. Cuando encontramos un par que parecían buenos y más o menos en precio y nos aseguramos que tuvieran lugar, nos fuimos a la playa. La bajada principal no mostraba gran cosa: una franja de arena estrecha llena de sombrillas y sillas de los barcitos que vendían comida ahí, y una franja costera con rocas. 
Pero luego nos fuimos mandando a las siguientes playitas y eran cada vez más tranquilas y lindas. 
El agua, como el resto de los lugares que vengo viendo en el Nordeste, una maravilla: transparente y casi tibia, sobre todo cuando va bajando el sol. 
La vuelta estuvo más dificil porque la marea había subido y no veíamos las piedras, pero al fin volvimos al auto, y a decidir y guardar las cosas en un hostel. 
En este no había casi nadie en relación a otros lugares, así que vimos que tendríamos que salir si queríamos encontrar una movida social. 

En un momento se largó a llover y solo después dio para salir, pero cuando empezamos a recorrer a pie la callecita principal, descubrimos que no sólo estaban cerradas las tienditas de ropa o de surf que pululan por todos lados, sino cualquier opción barata para comer. Sólo quedaban abiertos restaurantes o pizzerías donde las promociones valían más que la estadía en el hostel, así que seguimos yirando a ver si encontrábamos al menos un lugar que vendieran refuerzos, cuando pasamos por una casa con balcón abierto a la calle, con mucha gente y reggae al mango. 
Tiago aseguraba que eso era un barcito, pero al preguntar nos dijeron que estaban cerrados, que simplemente era un festejo con amigos de la casa. 
Cuando estábamos por desistir, uno de los presentes nos invitó a quedarnos a comer y otra trajo unas cervezas, y de pronto éramos parte de la fiesta. 
En un momento alguien apagó la música y apareció una guitarra y diferentes intérpretes empezaron/amos a tocar y cantar. 

Siendo medianoche trajeron platos y comida y cada uno se servía, y resulta que eran todos habitantes de Pipa o gente que estaba ahí todos los años y se sentían familia y quisieron también hacernos sentir familia y nos contaron sus historias y se apenaron cuando dijimos que nos íbamos al día siguiente.

Y al día siguiente volvimos a bajar a la playa, comimos en uno de los pocos lugares abiertos y nos fuimos a apreciar las playas cercanas, con sus barrancos y sus dunas, una maravilla de paisaje y color, antes de arrancar de tardecita de regreso a la ruta y por primera vez para mi a Natal.



Recife 2 - La despedida



En Recife aprendí que la gente de un lugar siempre va decir que es más peligroso de lo que es. O va a generalizar el peligro, como sea. 

También comprobé que una cena de Navidad no tiene por qué ser en familia o con mucha gente. Puede ser acompañar a alguien que no quiere estar solo y con esa excusa invita a comer a su casa, que de pronto es una pensión, pero igual es su casa. Que para alguien una cena es de navidad simplemente porque comparte un pan dulce solamente en ese festejo, y no tiene que ser 24, y no tiene por qué haber arbolito cerca, y la música puede estar bajita y venir de un celular y no ser los típicos hits de todos los años, y no haber regalos y que eso no importe.

Asistí a un festival de música en un anfiteatro dentro del campus universitario, y como todos consideraban que la entrada era cara, alguien encontró un agujero en la cerca y convidó a todo el que vio a meterse por ahí. Y el público fue prácticamente de colados y a nadie le importó. 
Y ahí vi un grupo de Maracatú, y entendí que era mucho más complejo que lo que había oído en cualquier otro lugar. 
Vi un grupo de rock en el cual los integrantes parecían tener un poco de vergüenza y ni se presentaron ni se despidieron. 
Y vi un grupo que cantaba samba y bossa nova y estos  daban vergüenza ajena aunque pudieran ser buenos músicos. 
Y lo mejor de todo, al final, vi una presentación de Coco, y todo el mundo a bailar, y me enseñaron los pasos básicos, y me divertí muchísimo.

Probé la "cana de vovó" que es una cachaza cacera con hierbas, miel y canela, que me pareció genial. Y también el vino más común, el que llaman "suave", que es vino berreta con azúcar y que cae mal si uno toma más de un vaso, y no hay vuelta.

Me animé a cantar sola en los bondis, aunque fuera solo para probarme a mi misma que podía. Y también me gané una cena por cantar un tango a una de las muchachas de la residencia que consideró que era una buena retribución (y yo también).

Entendí la función práctica de la bisexualidad en un ambiente donde todos los hombres parecían ser homosexuales y las mujeres hetero.

Expliqué varias veces la diferencia entre liberación y regulación de la marihuana, y procuré informarme más del proceso en Uruguay para poder transmitirlo mejor. Y vi que de todas maneras, la gente a la que le había explicado me iban a seguir presentando como "Ann de Uruguay, liberaram a maconha", lo que obtenía una respuesta simpática de quien oía.

Y también aprendí que los pernambucanos en general tienen una baja autoestima y se enorgullecen cuando pueden mostrar alguna cosa propia reconocida por los demás: que el Forró fue inventado acá, que tienen el mayor carnaval popular de Brasil, que tienen también los lugares donde nacieron el maracatú, el coco, el cavalo marinho, el xaxado y otros cuantos ritmos o danzas, que fueron colonia holandesa, que una de las playas (Porto de galinhas) suele ser elegida entre las mejores playas de Brasil, y hasta les gusta contar que tienen la mayor avenida en línea recta del mundo. 
En fin, salvando las distancias, me suena familiar.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Olinda

Cuando llegué a la ciudad de Recife y logré conectarme a internet traté de contactarme con viejos conocidos que sabía que vivían aquí.
Quien más me interesaba y que me respondió enseguida era César, un tipo que trabajó hace años en la misma ONG que yo, (él desde Rio y yo desde Montevideo) y que siempre quise mucho. 
Sabía que se había mudado a Pernambuco desde que salió de la ONG, y había pasado una vez por Uruguay con su familia y nos habíamos desencontrado. 
Esta era la revancha.

Combinamos un domingo para vernos el lunes. El martes él viajaba para Portugal, así que era el único día posible. 
Marcamos un punto de encuentro medianamente cerca de mi alojamiento y me pasó a buscar por ahí con su auto. 
Apenas subí me dio un disco con música local, y un libro en el que él junto a un grupo de estudio publicaron el resultado de una investigación sobre los jóvenes y sus costumbres en el Semiárido brasileño, zona que se suele denominar Sertão. Genial.

Y el paseo fue muy entretenido, me iba haciendo de guía, mostrándome los distintos barrios o localidades hasta llegar al centro de Olinda, la ciudad dormitorio más importante de Recife, famosa por su carnaval y sus construcciones coloniales.

Bajamos para tomar un café en la plaza, como habíamos quedado, pero antes caminamos por algunas callecitas, vimos un coro de niños en la escalinata de una iglesia cantando villancicos con gorritos de papá noel acompañados por percusión típica de Forró (ritmo típicamente nordestino), y también vimos/escuchamos una parte de una presentación de canto lírico dentro de otra iglesia, ubicada en un punto estratégico desde donde se tiene una vista panorámica del resto de Olinda y casi todo Recife.

Olinda me pareció muy bonita, con las fachadas de las casas antiguas muy bien cuidadas, pintadas de colores pastel y rodeada de calles de adoquines. 
Está llena de barcitos y de ateliers, y también de subidas empinadas, lo que me remontó por un momento a Santa Teresa, en Rio de Janeiro.


Espero poder volver un día de estos, de pronto un fin de semana, que hay más movimiento y grupos ensayando en la calle ya que aquí se dice que estamos en el pre-carnaval.

Tiburón!

Hay algo que me llamó mucho la atención, que por supuesto no sabía y es que en la playa de Recife hay ¡tiburones!

No estoy hablando de alguna playa alejada donde no se meta gente o de las mundialmente famosas para bucear (que las hay por aquí). Hablo de la playa urbana más céntrica, Boa Viagem, a la que se accede desde diferentes puntos de la ciudad caminando o en ómnibus. 
Y hablo de que todo el mundo por aquí alerta sobre los tiburones porque este año ya hubo una muerte de una muchacha, y porque parece que es común que suceda.

Ahora bien: los tiburones no comen personas, lo que pasó con la muchacha fue que fue mordida por un tiburón y no fue rescatada a tiempo por lo que se desangró.
¿Y por qué hay tiburones tan cerca de la gente? Porque parece que hace unos años destruyeron un lugar que era el hábitat natural de estos bichos para construir no sé qué cosa de la ciudad, y los bichos se desvían y van a parar a esta playa. 

De todos modos ellos no pasan de los arrecifes que hay a lo largo de toda la costa, que le dan nombre a la ciudad, y que permiten que haya un lugar para bañarse más o menos profundo y sin olas.

Y el agua, puedo decirles que es absolutamente transparente y calentita, una belleza aún en un día nublado y ventoso como el de hoy.



Recife - La Residencia

Salí del monasterio el sábado a las 6 de la mañana, en un camión que llevaba gente de Catita a la feria, en Colônia Leopoldina. 
De ahí me tomé una van hasta la ciudad de Palmares, en Pernambuco, y de ahí, a las 8 salía un bondi para Recife. Paró en varios poblados y dio unas vueltas bárbaras por dentro de la ciudad, y llegó a la Rodoviaria como a las 10 y media de la mañana. 
A todo esto fue la primera vez en días que me logré comunicar telefónicamente con Roberto para que me pasara la dirección de una Residencia Universitaria en Recife. 
Me llegó a decir que me había pasado los contactos por internet y ahí se cortó la llamada, por algún misterio de la compañía telefónica que se quedó con mi crédito. 
Fui hasta un cyber y mientras revisaba mensajes me llegó un sms de alguien que me decía que me iba a buscar a la terminal. 
Con el último sms que tenía di mis coordenadas y al rato estaba Fabiano ahí, para llevarme a una Residencia. 
Me dijo que Roberto lo había llamado preocupado cuando se cortó mi llamada porque pensó que alguien me había robado el celular.

De ahí nos tomamos un Metro y un bondi para llegar a la Casa de Estudiantes Femenina de Recife. 
Fabiano me contó que estaban construyendo una Residencia Mixta dentro del Campus Universitario, pero mientras tanto vivían mujeres por un lado y hombres por otro. Pero -me decía él- como hacen falta más viviendas para estudiantes seguramente estas dos sigan funcionando así, además de la nueva.

En esta Casa viven unas 80 estudiantes y tienen además un cuarto de huéspedes con 7 cuchetas, que, si no están ocupadas, sirven de estantes. 
Tiene un patio interno y un patio externo que incluye una cancha de básquet y fútbol techada -que parece no ser muy usada pa esos fines- todo cerrado con muro y cerca eléctrica y dos puestos de vigilancia. 
Estuve hablando con Gal, una muchacha muy tranquila que también está en el Hospicio porque aún no tiene cuarto asignado y me contó que llegó desde el interior hace más de dos meses y solo ha salido para ir a la universidad, si es posible en el ómnibus que pasa por la puerta en ciertos horarios y la deja frente a su local de estudios. Caminando, dice, le lleva diez minutos llegar, pero prefiere no correr riesgos. 
Definitivamente, según la gente de la casa, el barrio es peligroso. 
Por lo que yo he visto, realmente no parece. Lo que me hace dudar es pensar que si acaso pasara algo y alguien pidiera ayuda en la calle, desde adentro de los altos muros con cerca eléctrica... ¿saldría alguien a ayudar?
El barrio tampoco invita mucho a salir por su ubicación: está en la zona metropolitana de la ciudad, lo que llaman el "grande Recife", y para ir al centro, por ejemplo, hay que tomar dos ómnibuses. 
Un día salí con Mariah, otra muchacha muy buena onda de la casa, que ya está hace varios años en Recife, y tomamos tres bondis para llegar a una reunión de amigos que tenía, nos habremos quedado media hora, nos tomamos otro bondi para el centro para otra reunión con amigos (acá también el mes de diciembre se llena de reuniones de fin de año), habremos estado una hora, y nos volvimos en el quinto bondi de la noche, que llevó como 40 minutos porque había poco tránsito... realmente las cosas quedan a trasmano aquí.

Acá en la casa hay varias cosas que me llamaron la atención: ciertas reglas estrictas como por ejemplo que si alguien deja sus cosas sucias en la cocina, pasada la medianoche las encargadas de la comisión cocina tiran dichas cosas a la basura (es buena!), que en los cuartos la luz se apaga a determinada hora y la que llega después se las arregla a oscuras, que para que una "novata" acceda a un lugar libre que dejó alguien en un cuarto debe ser aceptada unánimemente por las otras cuatro... y otros detalles como que solo hay dos fumadoras, que por supuesto fuman afuera, y que un día a la semana hay un culto evangélico en la cancha de básquet para quienes quieran asistir... que la mitad de las muchachas usan casi todo el día (y de noche) una gorrita de lycra para hacerse "la toca"... que la mayoría de ellas va de jeans (largos y apretados) a la facultad aunque se quejen del calor...

En fin, hay cosas que creo tienen más que ver con la idiosincrasia del interior de Pernambuco, de donde son, que con la Residencia en sí, solo que han traído esas costumbres para su nuevo hogar.





lunes, 16 de diciembre de 2013

O mosteiro

Cuando estaba en Salvador, una de las personas que se acercó más y que estaba preocupado con mi comodidad en la residencia, y que le interesaba mucho que yo participara en las conversaciones político-sociales-estudiantiles fue Roberto. Un tipo muy tranquilo, que había sido fraile y a veces parecía seguirlo siendo, aunque con posiciones ateas, que después me enteré la había pasado muy mal en su vida por haber denunciado a unos malandrines y ahora estaba avanzado en su carrera de Derecho, que quería terminar, justamente para trabajar en la justicia.

Cuando Roberto se enteró que yo pensaba salir de Salvador rumbo a Maceió me preguntó si no me interesaba visitar un monasterio en Alagoas, el mismo estado. Me habló de las bellezas geográficas del lugar y yo pensé que sería algún lugar en ruinas, y le dije que bueno, que me indicara cómo llegar y yo pasaba. 
A los días insistió: si yo realmente quería ir al monasterio él tenía que avisar previamente, y me preguntó cuántos días me quedaría. 
Ahí ya empecé a hacerle preguntas: de qué se trataba ese lugar, si recibían personas no religiosas, si me quedaba de pasada y por qué tenía que quedarme varios días. 
Me dijo que era un lugar donde los monjes y monjas (o como se llamen) eran muy abiertos y recibían personas de cualquier religión invitando a todos a participar de las oraciones y rituales pero sin obligar a nadie a hacerlo. 
Me decía que le parecía que yo iba a encajar muy bien ahí, pero solo me convenció cuando mencionó que eran partidarios y practicantes de la teología de la liberación.

Así que cuando ví que los plazos que tenía en mi cabeza se me venían muy encima, cambié mis días en Maceió por días en el Monasterio de Catita. 
Al fin y al cabo, lo bueno que parece tener Maceió son las playas, y me dicen que las hay mejores y más tranquilas en el recorrido que pienso hacer. 
La ciudad en sí es famosa por ser una de las más violentas de Sudamérica. 
Y pasar unos días en un lugar pensado para la meditación, entre sierras y ríos no es cosa de todos los días.

Aquí llegué, un miércoles temprano en la mañana, con un recado por escrito de parte de Roberto para el Fraile superior y con un "cacho" de "bananas da terra" como peso extra, ya que si bien la estadía es gratuita, piden alguna colaboración en alimentos a cambio. 
De Novo Lino había llegado a Colônia Leopoldina en un auto-van, y de ahí tuve que tomar un(a) moto-taxi hasta el monasterio, cerca del poblado de Catita, una aldea entre las sierras que prácticamente no tiene locomoción. Caminando,  se llega de Colônia en unas 3 horas, en bicicleta la mitad. Con la carga que llevo en relación a lo debilucha que soy, no llego ni a la esquina.

En fin, me recibió Diane, una señora en remera y pescadoras con marcado acento francés que parece ser una monja canadiense que vive en Brasil hace 17 años, quien me ofreció desayuno y me contó de su rutina diaria: aquí se levantan a las 4 para orar, ahí no me acuerdo qué tareas hacen, luego oran de nuevo a las 6 y toman el desayuno. De ahí cada uno parte a su tarea asignada: cuidar las cabras y las gallinas, cosechar frutas o verduras, regar, cocinar, limpiar. Al mediodía oran de nuevo y luego almuerzan. 
El lavado de platos suele ser colectivo, después descansan (aunque esta semana no tienen mucho tiempo para la siesta porque a las 14:30 se juntan para estudiar el evangelio según San Juan). 
A las 17 oran de nuevo, y según el día y si hay un cura presente tienen una misa, después cenan y a las 19.30 vuelven a la capilla para la última oración del día.

Cuando Diane me iba contando todo esto y me preguntaba por mí, apareció Bastiana, quien se manifestó sumamente alegre de que yo estuviera allí, diciendo "Muiiito boooom!" cada frase por medio. 
Lo decía con una alegría sospechosa. 
Más tarde otro me explicó que había pensado que yo era una nueva "voluntaria" que me había mudado allí. Igual siguió repitiendo aquel enfático "muiiito booom!" después de cada cosa que le gustaba.

Después de desayunar pegué una buena siesta antes de ir a conocer a los demás y almorzar con ellos. Me dieron un cuarto, un poco alejado del resto, en una especie de casita dividida en cuatro cuartos. Tenía que cerrar con llave cada vez que saliera, me dijeron, por seguridad, pero de hecho era la única forma de cerrar porque la puerta no tenía picaporte.

De tarde conocí a Isaac, un vecino con aspecto de persona muy humilde, que pasaba todos los días por ahí para llegar a su propia hacienda. Le entendía poco de lo que hablaba ya que lo hacía entre dientes y usando expresiones locales. Me preguntó si me gustaba la "jaca mole" a lo que respondí que sólo había probado la jaca dura (en Chapada Diamantina) y me regaló una que llevaba en un canasto en la bicicleta. 
Me dijo que era lo mejor porque pesaba mucho y tenía una rueda desinflada y se le iba a pinchar del todo. Y también le entendí que tenía mucha fruta que se estaba echando a perder, que ya había ofrecido a los monjes pero que ellos no iban hasta ahí a buscarla por no se qué problemas. 
Al día siguiente me lo volví a cruzar y esta vez fui a conocer sus plantaciones y me volví con otra jaca, una centena de bananas y varias mandarinas. 
Tenía más cosas pero no me daban las manos para llevar todo, y además tampoco éramos tantos en el monasterio esos días y la fruta se podía echar a perder ahí también... el hombre hasta me mostró un lugar del río donde me dijo que estaba bueno para bañarse y me invitó a ir al día siguiente. Yo agradecí y pensaba ir, pero luego Bastiana se mostró preocupada porque no le tenía confianza y me empezó a hablar mal de él. Otros monjes me dijeron que no era tan así, que era algo personal y exagerado de esa monja, pero en fin, yo no quería que nadie discutiera con nadie, así que al día siguiente le avisé a don Isaac que no iba a ir al río, y de todos modos me dio unas naranjas, que volvieron a ser bienvenidas por todos.

Con los días se fueron desayunando que yo no era religiosa para nada, y que no sabía ni rezar un Padrenuestro, aunque me dispusiera a observar cómo realizaban ciertos rituales o estudiaban la biblia. 
Igual parecían entusiasmados con mi presencia, sobre todo cuando se enteraron que era hija de ex presos políticos y que me interesaba el tema. El fraile coordinador del monasterio dijo ser un admirador de los Tupamaros y en general todos parecían apoyar cualquier movimiento social latinoamericano que estuviera contra el Poder.


La noche antes de irme me preguntaron si quería una bendición luego de la cena. 
Dije que sí porque ya había visto que era su forma de despedirse de la gente. 
João Batista, el coordinador, quien acompañaba las oraciones cantadas con una guitarra, fue a buscar su instrumento y pidieron que cantara para ellos alguna canción de Uruguay. 
El hombre tenía mucho oído e iba sacando los tonos en el momento para acompañarme. 
Cada vez estaban más entusiasmados y pedían canciones que conocían en español: algún bolero, alguna de Violeta Parra, alguna que cantaba Mercedes Sosa... en una me preguntaron por no se qué canción y dije que no me acordaba la letra y trajeron la biblia y allí estaba... me sorprendió gratamante encontrar ahí varias canciones latinoamericanas, en su lengua original. Me cantaron un par de canciones típicas nordestinas y luego me dieron la bendición a su modo, muy emotiva y muy de acuerdo con el momento.
Solo uno incluyó a Dios y a los ángeles en lo que me decía, el resto me deseaban buen viaje, luz y música en mi camino, amor y fuerza para continuar a mi modo la lucha de mis padres, y que "me endureciera sin perder la ternura jamas"



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domingo, 15 de diciembre de 2013

"Camiones te estoy queriendo" 3

Mientras estábamos en Salvador, cada vez que alguien tenía una consulta para hacer sobre dónde o cómo hacer dedo, Jean ofrecía llamar a un camionero que le había dejado su número de teléfono. Era quien lo había traido a él desde Aracajú, y se ofrecía a llevarlo de vuelta a cualquier lugar que estuviera en su ruta. Se llamaba algo así como Zedías.

Cuando decidí que salía de Salvador sí o sí, le pedí a Jean que lo contactara. Mi socio decidió quedarse unos días más pensando en volver a Arembepe para luego pasar Navidad con su familia en el interior de Bahia, y solo después de eso empezaría un viaje más largo.

El camionero le dijo que no salía en esos días pero que le hacía de contacto con un hermano, que estaba haciendo el trayecto Salvador-Recife-Salvador. Luego de algunas idas y vueltas le pasó el teléfono del otro, Junior, a quien se ve que no quería que lo incomodásemos mientras manejaba.

Junior habló muy amablemente conmigo mientras le explicaba a dónde iba. Según el mapa que yo había visto, la localidad donde yo quería parar en el estado de Alagoas quedaba en su camino a Recife, pero él me decía que no la conocía. De todos modos era dificil que saliera al día siguiente porque tenía un problema con el camión, pero seguro salía el martes.

Me volví a comunicar para marcar un punto de encuentro y me dijo que lo alcanzara en Camaçari, ya saliendo unos kilómetros de Salvador, pues ahí le arreglaban el camión y estaría pronto en la mañana. El viaje hasta ahí fue toda una odisea, pero llegué a tiempo, que era lo importante. Enseguida que subí se presentó, me comentó cómo era su recorrido y me ofreció café y galletitas.

El viaje fue muy entretenido. El hombre me fue contando sobre las distintas caronas que había dado y eran todas muy divertidas, por lo menos en su forma de contar. Me dijo que iba a parar lo mínimo posible para poder dejarme ese mismo día en Colônia Leopoldina, lugar que -insistía- no conocía, pero que sabía por mi que era cerca del límite de Alagoas con Pernambuco, por la ruta que él iba.

Después del estado de Bahia atravesamos el estado de Sergipe, y los paisajes competían a cuál más lindo: cerros con tierras de diferentes colores, ríos, plantaciones diversas, pueblitos pintorescos.
Tal como prometió, solo paramos unos minutos para bajar a comer y seguimos expreso. El problema radicaba en que las rutas de esa zona estaban siendo arregladas y por más rápido que quisiera ir, Junior no podía cumplir su promesa de dejarme antes de la noche ni cerca de donde yo bajaba. Cuando cruzamos de Sergipe a Alagoas ya estaba oscureciendo, y él tenía que parar sí o sí porque la empresa no lo dejaba manejar de noche, y mucho menos por esas tierras famosas por sus ladrones.

Al final paramos en una ciudad cercana a Maceió llamada Mesías, y ahí cenamos y Junior buscó un lugar para estacionar el camión y descansar. Ahí volvió a averiguar por las dudas y efectivamente estábamos como a 80 kms de Colônia Leopoldina y ni siquiera quedaba sobre la ruta, así que era imposible que yo llegara hasta ahí esa noche.

A la mañana siguiente, antes de las 6 ya me estaba dejando frente a la terminal de Novo Lino, desde donde yo podría tomar algún bondi o auto para llegar a mi destino. Me pidió que le avisara cuando hubiese llegado y se ofreció para llevarme a Recife o hacerme contacto con quien hiciera el mismo trayecto cuando me fuera para allá.


Más tarde me enteré que en Colônia Leopoldina y alrededores, hacía días que había caido la Red Tim (de la cual yo tengo mi celular pues es de las que tiene más alcance en todo Brasil), por lo que no tenía forma de avisar a nadie que había llegado. Curiosamente el único mensaje que me llegó en el día fue de una llamada perdida que había recibido de tarde. 
Verifiqué y era el número de Junior.

Praia do Forte

En el estado de Bahia hay muchas playas turísticas. Una de ellas, que yo conocía solo de nombre, es Praia do Forte, y queda como a unos 100 km de Salvador hacia el norte.

Ahora, ¿qué le vé la gente, en relación a otros lugares de Bahia, como para que llene tanto? No sé, la verdad. 
Supongo que como muchos otros lugares, primero fue atractivo porque era un lugar tranquilo, seguramente una aldea de pescadores, y con el tiempo se fue llenando de negocios relacionados al turismo, y actualmente solo se ve eso: las callecitas -muy prolijas y arboladas- están llenas de restaurantes super caros, tiendas de ropa y artesanías y souvenires, posadas, hoteles, barcitos...

¿Y la playa?... bien, gracias... 
Bueno, no digo que no tenga playa, pero es bastante chiquita, y en misma se juntan bañistas y barcos. A medida que transcurre la tarde, la marea va subiendo y echando a la gente que está en la arena, bajo las sombrillas que están allí puestas por los barcitos costeros para sentarse a consumir.

Preguntamos si no había otra playa, porque nos llamaba la atención que la famosa Praia do Forte fuera solo eso, de hecho no vimos el Fuerte en ningún lado. Efectivamente, pasando toda una zona que es área protegida del Proyecto Tamar, parece que hay otra playa, mucho más tranquila, a unos 15 minutos caminando. 
Pero -nos decían- ya a esta hora (3 de la tarde) no hay mucha gente, la marea sube y la gente se va... 
Claro, es que nosotros, si bien estábamos ahí para conocer el balneario, también andábamos con la guitarra a cuestas dispuestos a dar serenatas en cualquier lugar donde hubiera gente. Encima andábamos con todos los bultos que veníamos cargando desde Arembepe: carpa, mochilas, sobres de dormir... no daba para andar arrastrando todo hasta la otra playa solo por las dudas. 
El Proyecto Tamar debe de ser lindo de visitar, pero había que pagar entrada, y nosotros habíamos ido con la intención de ganar dinero, y no de gastarlo.

Total tocamos y cantamos unas cuantas veces, haciendo un esquema parecido al del ómnibus: nos presentamos como músicos viajantes en cualquier lugar donde hubiera bastante gente (restaurante, barcito o playa), y largamos una canción en español y la otra en portugués. Después otra explicación y la pasada de gorra.

Nos fue bastante bien, y por más que fueron varias horas al sol, y que había cierto ruido del ambiente (en la playa el propio mar rompiendo a nuestras espaldas, en los boliches el ruido de la gente comiendo y alguna música de fondo), encontramos este día menos cansador que los días de bondis. Probablemente porque justamente íbamos cambiando de lugar y panorama visual.

Un par de cosas lindas que nos pasaron esa tarde:
la primera, mientras subíamos de la playita después de tocar ente unas sombrillas, sentimos que nos gritaban desde el agua. Nos dimos vuelta y había una barra de más de 15 adolescentes bañándose y curiosos con nosotros. Nos miramos sabiendo que no íbamos a ganar un mango pero que podía estar divertido. Empezamos a cantar y fueron saliendo del agua, rodeándonos y codeándose los unos a los otros para que hicieran silencio. Al finalizar fue una tormenta de aplausos y preguntas que nos dejó sonriendo por un rato.
Lo otro fue la respuesta de nuestro público en uno de los barcitos: primero unos artesanos que fueron a pedirle a un pibe que apagara la música que estaba escuchando en una plazoleta con altoparlantes unos metros atrás nuestro. Al pasar la gorra después de muchos aplausos, alguien me pregunta en portugués si conozco la canción (y empieza a cantar en perfecto español) "caminito de tierras coloradas..." Después de cerrar la boca pregunto de dónde es. Santana do Livramento. Ahí me cierra. Ni siquiera un montevideano hubiera elegido esa canción, tenía que ser alguien de frontera. En el mismo lugar, cuando me acerco al fondo, un hombre con un balde que está sentado junto a los empleados del bar me dice bajito que no tiene plata para darnos, pero que si tenemos una bolsa, le gustaría darnos una sardina. Me muestra el balde. Tiene dos grandes pescados que evidentemente pescó hoy. Le agradezco mucho y después de pensar le explico que no nos estamos quedando en Praia do Forte y que tengo miedo de que se eche a perder en el viaje de vuelta hacia Salvador. Me dice que si no tenemos dónde guardarlo, de aquí a la noche se pone feo, que es una pena porque es lo único que tiene para darnos y nos lo quiere dar.
Y es una pena, si, porque si la Residencia Estudiantil quedara más cerca o tuviéramos una heladerita para transportarlo, el pescado sería bienvenido por muchas bocas, que seguro que hace mucho que no comen pez y mucho menos fresco. Y porque además estaríamos siendo sinceros con nuestras propias palabras cuando decimos "cualquier colaboración sirve,  cualquier cosa que puedan dar nos ayuda".

Linda experiencia, sea como sea y del lado que se la mire.





domingo, 8 de diciembre de 2013

¿Ya no hay hippies en las plazas?


Lo que hace famosa a la localidad de Arembepe, en el Estado de Bahia, es la Aldea Hippie.

Resulta que es la aldea hippie más antigua de Brasil, y dicen los artículos de diario que tanto Janis Joplin como Mick Jagger conocieron el lugar y casi se quedaron a vivir.
¿Qué es lo que hace que aquel lugar se siga llamando así actualmente? Bueno, es difícil de describir. No es precisamente que vivan fuera del sistema, eso seguro. Los habitantes sobreviven vendiendo artesanías y/o ofreciendo algún servicio a los visitantes. O sea, viven del turismo.

Pero no es una zona de muchos servicios: además del "centro de artesanato", hay un camping, un restaurante, un barcito y gente que ofrece sus casas o jardines como alojamiento.

Para abastecerse de cualquier otra cosa hay que ir al poblado, que está a unas 10 cuadras y tiene supermercados, heladería, carnicería, la terminal de bondis y supongo que alguna feria un día a la semana. Y también hay posadas, algún hotel, la escuela, una placita con juegos y puestitos, la policía, y seguro que alguna iglesia que no . Y también hay alumbrado público, calles asfaltadas, corriente eléctrica, y saneamiento en las casas.

Digamos que, en comparación, hay una gran diferencia en lo que respecta al confort.
La Aldea Hippie está formada por cerca de 40 casas construidas con paja o piedras sobre la arena entre la playa oceánica y un río de agua dulce que suele servir a los habitantes como bañera donde sacarse la sal o darse una refrescada si el mar está muy bravo.

Contrariamente a Salvador, aquí el océano es totalmente abierto, el agua verde y con mucha arena en la rompiente, la marea sube mucho de tarde ocultando los grandes pozos formados por las mismas olas, y las rocas y corales que están en casi toda la costa de esta zona. Los moradores van a la playa de mañana o si no, si van de tarde, comparten el lugar de baño con la zona de pesca que a la vez es la salida al mar del Proyecto Tamar, un lugar de protección de tortugas de mar que justamente desovan en esa zona sin rocas.
La vegetación es exuberante, y por encima de todo se destacan los altos cocoteros que se ven de lejos, y hacia el lado del río entre el llano se ven los pastizales alrededor de los bañados.
Llegué a ese lugar porque Jean hablaba mucho del mismo, pues aunque nunca había estado antes varias personas le habían contado, y la gente de la residencia lo confirmó alentándonos a ir, específicamente a una casa donde un artista plástico ofrecía alojamiento.
Arribamos a la casa de Luiz un martes de mañana, después de un madrugón, una buena caminata y un viaje de bondi desde Salvador de algo más de una hora.

La primera impresión no fue la esperada, no había casi nadie en la casa y Luiz estaba concentrado en construir un baño de piedra y latas, y nos hablaba medio entre dientes mientras rezongaba a una niña de rulos claros y la mandaba a hacer diferentes tareas.
En un momento escuché una conversación en la que la niña le decía a Jean que ella era gente, pero no humana, porque los negros son gente pero no humanos, esos son son los blancos... me chocó esa idea de la niña porque tenía 8 años, era muy avispada y se supone que está rodeada de gente que debería pregonar paz y amor y nunca permitir esas ideas de discriminación en el aire. Era la hija de Luiz.
Al mediodía aparecieron tres jóvenes brasileros con aspecto bien de turistas, y Luiz dejó su puesto en la construcción para mostrarles cada rincón de la casa alentándolos a sacar fotos, mientras bajaba unos canastos con bolsas con remeras artesanales y unas cajas con no sé qué contenido para vender. Aunque luego entendí que esto era su modo de supervivencia no voy a negar que fue también un poco chocante con mi prejuicio de lo que era una aldea hippie.
Al recorrer un poquito los alrededores en la tarde, rumbo a la playa, conocimos el pequeño restaurante (donde se nos ocurrió que más tarde podíamos cenar) y sus altos precios y nos volvió a chocar aquello, que solo con el paso de las horas entenderíamos un poco más.

Por supuesto al caer la noche nos mandamos hasta el poblado y cenamos lo más barato que encontramos, y compramos cosas para vivir a refuerzo y fruta al día siguiente hasta la hora en que pensábamos volver.
A la vuelta, bajo un cielo totalmente estrellado y un calor muy agradable con brisa nos imaginamos lo tranquila que debía ser la vida de esta gente, con playa de agua salada de un lado y playa de agua dulce del otro.
El miércoles de mañana la marea estaba baja y vimos claramente la entrada para meternos al agua. Si bien la corriente tiraba para adentro, el no tener las rocas cerca nos dejó más tranquilos para zambullirnos.
Cuando volvimos, Luiz nos presentó a un amigo de él, Pedro, que parece que era un gran músico, y venía con una muchacha francesa desde Praia do Forte, donde había estado tocando. Estaban cocinando en una gran olla una especie de guiso con muchas verduras diferentes y un arroz y nos avisaron que alcanzaba para mucha gente, que estábamos invitados. Aportamos con unos huevos duros y pasado el mediodía comimos nosotros cinco y una muchacha argentina que estaba viviendo allí, y así y todo sobró. Incluso comieron un par de niños de los que andaban todo el día correteando por ahí y trepándose a los atractivos árboles de Luiz.

Ahí Pedro nos contó que volvía a la Aldea de visita después de años de andar tocando por Europa y que seguiría viaje aunque tocando por Brasil.

Nos habló de cómo se manejaban los músicos callejeros en Praia do Forte y nos dieron ganas de mandarnos hasta ahí a probar suerte, pero para eso teníamos que quedarnos hasta el día siguiente para aprovechar la jornada y no teníamos para pagar otra noche.

Además de esa idea, nos atraía quedarnos porque estaba llegando más gente y se pusieron a planificar una guitarreada, así que al final le planteamos la situación a Luiz y nos dijo que estaba todo bien con quedarnos otra noche, esta vez sin pagar.
De noche se fueron arrimando los vecinos y gente del camping y se armó terrible fogata. Estaba la guitarra de Pedro, la de Jean, la de una portuguesa llamada Sara y varios instrumentos de percusión, algunos construidos por el propio Luiz. Pintó cantarola internacional hasta altas horas de la noche, y ahora sí se respiraba confraternidad y nos alegramos mucho de habernos quedado para poder vivirlo.
El jueves de mañana amaneció totalmente nublado y nos preguntamos si valdría la pena arriesgarnos a ir a Praia do Forte y que no hubiera nadie, ya que para los brasileros -al menos los que conocí hasta ahora-, si está nublado está frío para ir a la playa. Decidimos esperar al mediodía, y si abría nos mandábamos hasta ahí, y si seguía con pinta de lluvia nos volvíamos para Salvador, ya que teníamos la plata bastante justa para los pasajes.
Pero abrió, y empezó a hacer un calor imponente, así que empacamos todo, nos despedimos de la gente y de Arembepe, haciendo la promesa de volver para el festejo de la inauguración del baño, que después de algunos comentarios del dueño de casa respecto a la Copa del mundo y sus expectativas y las de toda la aldea, me hizo acordar irremediablemente a la película "El baño del Papa".





Salvador de Bahia 2

Aquí en el barrio rico, lo curioso es que uno se siente más protegido. Curioso siendo extranjero, digo. Seguramente tiene que ver con que están los hombres de seguridad de los diferentes edificios atrás de las casetas, pero también hay una cosa de que la gente que se acerca a pedir no insiste después del "no". En la bajada a la playa, al final de la ladera siempre hay un auto policial que hace pensar que es necesario que esté ahí, quién sabe. Lo que sabemos es que la gente nos dice que después de ciertas horas no andemos fuera del barrio, y mucho menos con los instrumentos, lo que nos limita un poco en las ideas de salir a tocar.

Una noche, volviendo del Pelourinho experimentamos ser "abordados": estamos en pleno centro pero de noche no hay un alma, sin ser algún taxista. No tenemos ni pa'l bondi, así que las dos pibas y el pibe que nos encierran se llevan un chasco. Se enojan con nosotros porque les decimos que sólo tenemos las monedas que nos encuentran en los bolsillos y no tenemos celulares ni nada de valor. Encima los gurises con que estoy son rubios, lo que los hace parecer, a los ojos de los bahianos, como turistas europeos. Los chorros se van llevándose, literalmente, hasta el papel higiénico de los bolsillos y una bronca bárbara.

Después me voy enterando de casos de gente desvalijada encima de los ómnibus a plena luz del día y con armas, y en los barrios supuestamente más seguros, así que ya ni da para quemarse, simplemente tomar las precauciones que se pueda y el resto será cuestión de suerte.

A los pocos días de estar en Salvador conocemos personalmente a Jean, con quien había establecido contacto por FB a raíz de una publicación que hizo en un grupo: Jean dejó sus estudios de medicina en Aracajú para intentar vivir de la música mientras viaja. Hablamos de tocar los 4 juntos (guitarra, saxo, cajón y voz) pero sólo queda en alguna especie de ensayo-improvisación. Los gurises le pasan los toques en guitarra de algunas canciones uruguayas y él se copa con eso. Al final, como yo también ando en la sintonía de tratar de agarrar algún mango cantando, decidimos salir nosotros dos a probar suerte.
Vamos un día a una plaza que nos recomendaron pero justo terminó la época de feria de artesanos, así que no hay mucha gente, pero igual sirve de experiencia. Luego probamos con los bondis y ahí nos va mejor. También vamos un viernes a un barrio famoso por sus boliches (llamado Rio Vermelho) y ahí vamos tocando por las mesas. Sacamos cuentas y más o menos ganamos lo mismo. Lo bueno de hacer bondis es que podemos aprovechar para ir conociendo otros barrios.

Después que se van los gurises pasan tres días de lluvia casi sin parar.
Hasta ahora la lluvia se había presentado en forma de chaparrones en medio de cualquier día de sol. Esta vez no. Esta vez se complica. Se inundan las calles y el (mal) tránsito paraliza la ciudad. Uno de los días hay una tormenta eléctrica impresionante. Cae un rayo acá cerca, en el agua, y se siente un estruendo infernal. Mueren dos surfistas electrocutados. No sé de los destrozos en los lugares más pobres, pero seguro lo han pasado mal. El viento se impone, y para los bahianos esto es un frío infernal.

Pasados esos días vuelve el clima normal a Salvador, y la gente a bajar a las playas cada vez que puede. Me imagino que el agua estará totalmente revuelta y arenosa, pero compruebo que está tan transparente como siempre, lo único diferente es que afloran algas y muchas hojas de árboles entre las olas.

Lo que más me atrapa de Salvador y que hace que me vaya quedando a pesar de haberme dicho a mi misma que me iba en noviembre, es la propia gente de la Residencia Universitaria. Cada vez que digo que me voy me preguntan como sorprendidos: "¿ya?", y mencionan que aún no conocí cierta parte de la ciudad, o alguna festividad que se aproxima, o simplemente arman una fiesta ellos. Una fiesta en esta residencia consiste básicamente en muchas latas de cerveza, alguna cachaza y/o vino, una o dos guitarras, y alguna notebook con parlantes para poner música cuando los cantores se cansen o emborrachen. También han armado algún evento más organizado, invitando a gente de fuera a participar con su música o poesía. A estos recitales de poesía-peñas les llaman "Sarau" y son promovidos sobre todo por uno de los residentes, que escribe asiduamente, y un amigo suyo también poeta. A medida que transcurre la noche y el alcohol va desinhibiendo a las masas, empiezan a aparecer más y más escritores y escritoras que estaban escondidos.

Otra actividad cultural común a varios habitantes de la casa es ver películas en las noches, claro que esto sólo lo hacen quienes asisten a Facultad de tarde o de noche, y si no tienen pruebas en los días subsiguientes.

Hay un grupo particularmente interesado en cualquier tipo de arte, incluso varios estudian Arte en la Universidad. Con ellos conocí el Teatro Castro Alves donde vimos un ensayo general de la ópera I pagliazzi, de Leoncavallo, y también vienen a ser la agenda cultural de la casa: si está pasando algo importante en la ciudad son ellos quienes lo saben.

Un día vamos a ver una pieza de teatro en otra Residencia Estudiantil que queda cerca. Se llama "Lilith" y trata sobre este personaje bíblico y su historia oculta. Antes de la obra hay varias performances ejecutadas todas por travestis u homosexuales (poniendo énfasis en estas condiciones), lo que me hace pensar en cómo se vive la sexualidad aquí en Salvador, al menos en el ambiente universitario en el que me estoy moviendo.

Mismo en las conversaciones cotidianas, la sexualidad suele estar muy presente, y también la reflexión sobre que esto se da a partir de la liberación que implica venirse a la capital del Estado a estudiar: las Residencias están pobladas por gente del interior que no podría estudiar si no tuvieran este apoyo. Por lo mismo es super interesante intercambiar ideas con ellos, o simplemente escucharles debatir sobre algo: la mayoría están becados inclusive en la alimentación y con un poco de plata para otros gastos, y saben que en la Universidad los discriminan, ya sea por pobres, ya sea por negros, ya sea por ser del interior.