lunes, 16 de diciembre de 2013

O mosteiro

Cuando estaba en Salvador, una de las personas que se acercó más y que estaba preocupado con mi comodidad en la residencia, y que le interesaba mucho que yo participara en las conversaciones político-sociales-estudiantiles fue Roberto. Un tipo muy tranquilo, que había sido fraile y a veces parecía seguirlo siendo, aunque con posiciones ateas, que después me enteré la había pasado muy mal en su vida por haber denunciado a unos malandrines y ahora estaba avanzado en su carrera de Derecho, que quería terminar, justamente para trabajar en la justicia.

Cuando Roberto se enteró que yo pensaba salir de Salvador rumbo a Maceió me preguntó si no me interesaba visitar un monasterio en Alagoas, el mismo estado. Me habló de las bellezas geográficas del lugar y yo pensé que sería algún lugar en ruinas, y le dije que bueno, que me indicara cómo llegar y yo pasaba. 
A los días insistió: si yo realmente quería ir al monasterio él tenía que avisar previamente, y me preguntó cuántos días me quedaría. 
Ahí ya empecé a hacerle preguntas: de qué se trataba ese lugar, si recibían personas no religiosas, si me quedaba de pasada y por qué tenía que quedarme varios días. 
Me dijo que era un lugar donde los monjes y monjas (o como se llamen) eran muy abiertos y recibían personas de cualquier religión invitando a todos a participar de las oraciones y rituales pero sin obligar a nadie a hacerlo. 
Me decía que le parecía que yo iba a encajar muy bien ahí, pero solo me convenció cuando mencionó que eran partidarios y practicantes de la teología de la liberación.

Así que cuando ví que los plazos que tenía en mi cabeza se me venían muy encima, cambié mis días en Maceió por días en el Monasterio de Catita. 
Al fin y al cabo, lo bueno que parece tener Maceió son las playas, y me dicen que las hay mejores y más tranquilas en el recorrido que pienso hacer. 
La ciudad en sí es famosa por ser una de las más violentas de Sudamérica. 
Y pasar unos días en un lugar pensado para la meditación, entre sierras y ríos no es cosa de todos los días.

Aquí llegué, un miércoles temprano en la mañana, con un recado por escrito de parte de Roberto para el Fraile superior y con un "cacho" de "bananas da terra" como peso extra, ya que si bien la estadía es gratuita, piden alguna colaboración en alimentos a cambio. 
De Novo Lino había llegado a Colônia Leopoldina en un auto-van, y de ahí tuve que tomar un(a) moto-taxi hasta el monasterio, cerca del poblado de Catita, una aldea entre las sierras que prácticamente no tiene locomoción. Caminando,  se llega de Colônia en unas 3 horas, en bicicleta la mitad. Con la carga que llevo en relación a lo debilucha que soy, no llego ni a la esquina.

En fin, me recibió Diane, una señora en remera y pescadoras con marcado acento francés que parece ser una monja canadiense que vive en Brasil hace 17 años, quien me ofreció desayuno y me contó de su rutina diaria: aquí se levantan a las 4 para orar, ahí no me acuerdo qué tareas hacen, luego oran de nuevo a las 6 y toman el desayuno. De ahí cada uno parte a su tarea asignada: cuidar las cabras y las gallinas, cosechar frutas o verduras, regar, cocinar, limpiar. Al mediodía oran de nuevo y luego almuerzan. 
El lavado de platos suele ser colectivo, después descansan (aunque esta semana no tienen mucho tiempo para la siesta porque a las 14:30 se juntan para estudiar el evangelio según San Juan). 
A las 17 oran de nuevo, y según el día y si hay un cura presente tienen una misa, después cenan y a las 19.30 vuelven a la capilla para la última oración del día.

Cuando Diane me iba contando todo esto y me preguntaba por mí, apareció Bastiana, quien se manifestó sumamente alegre de que yo estuviera allí, diciendo "Muiiito boooom!" cada frase por medio. 
Lo decía con una alegría sospechosa. 
Más tarde otro me explicó que había pensado que yo era una nueva "voluntaria" que me había mudado allí. Igual siguió repitiendo aquel enfático "muiiito booom!" después de cada cosa que le gustaba.

Después de desayunar pegué una buena siesta antes de ir a conocer a los demás y almorzar con ellos. Me dieron un cuarto, un poco alejado del resto, en una especie de casita dividida en cuatro cuartos. Tenía que cerrar con llave cada vez que saliera, me dijeron, por seguridad, pero de hecho era la única forma de cerrar porque la puerta no tenía picaporte.

De tarde conocí a Isaac, un vecino con aspecto de persona muy humilde, que pasaba todos los días por ahí para llegar a su propia hacienda. Le entendía poco de lo que hablaba ya que lo hacía entre dientes y usando expresiones locales. Me preguntó si me gustaba la "jaca mole" a lo que respondí que sólo había probado la jaca dura (en Chapada Diamantina) y me regaló una que llevaba en un canasto en la bicicleta. 
Me dijo que era lo mejor porque pesaba mucho y tenía una rueda desinflada y se le iba a pinchar del todo. Y también le entendí que tenía mucha fruta que se estaba echando a perder, que ya había ofrecido a los monjes pero que ellos no iban hasta ahí a buscarla por no se qué problemas. 
Al día siguiente me lo volví a cruzar y esta vez fui a conocer sus plantaciones y me volví con otra jaca, una centena de bananas y varias mandarinas. 
Tenía más cosas pero no me daban las manos para llevar todo, y además tampoco éramos tantos en el monasterio esos días y la fruta se podía echar a perder ahí también... el hombre hasta me mostró un lugar del río donde me dijo que estaba bueno para bañarse y me invitó a ir al día siguiente. Yo agradecí y pensaba ir, pero luego Bastiana se mostró preocupada porque no le tenía confianza y me empezó a hablar mal de él. Otros monjes me dijeron que no era tan así, que era algo personal y exagerado de esa monja, pero en fin, yo no quería que nadie discutiera con nadie, así que al día siguiente le avisé a don Isaac que no iba a ir al río, y de todos modos me dio unas naranjas, que volvieron a ser bienvenidas por todos.

Con los días se fueron desayunando que yo no era religiosa para nada, y que no sabía ni rezar un Padrenuestro, aunque me dispusiera a observar cómo realizaban ciertos rituales o estudiaban la biblia. 
Igual parecían entusiasmados con mi presencia, sobre todo cuando se enteraron que era hija de ex presos políticos y que me interesaba el tema. El fraile coordinador del monasterio dijo ser un admirador de los Tupamaros y en general todos parecían apoyar cualquier movimiento social latinoamericano que estuviera contra el Poder.


La noche antes de irme me preguntaron si quería una bendición luego de la cena. 
Dije que sí porque ya había visto que era su forma de despedirse de la gente. 
João Batista, el coordinador, quien acompañaba las oraciones cantadas con una guitarra, fue a buscar su instrumento y pidieron que cantara para ellos alguna canción de Uruguay. 
El hombre tenía mucho oído e iba sacando los tonos en el momento para acompañarme. 
Cada vez estaban más entusiasmados y pedían canciones que conocían en español: algún bolero, alguna de Violeta Parra, alguna que cantaba Mercedes Sosa... en una me preguntaron por no se qué canción y dije que no me acordaba la letra y trajeron la biblia y allí estaba... me sorprendió gratamante encontrar ahí varias canciones latinoamericanas, en su lengua original. Me cantaron un par de canciones típicas nordestinas y luego me dieron la bendición a su modo, muy emotiva y muy de acuerdo con el momento.
Solo uno incluyó a Dios y a los ángeles en lo que me decía, el resto me deseaban buen viaje, luz y música en mi camino, amor y fuerza para continuar a mi modo la lucha de mis padres, y que "me endureciera sin perder la ternura jamas"



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