Cuando estaba en Salvador, una de las personas que se acercó
más y que estaba preocupado con mi comodidad en la residencia, y que le
interesaba mucho que yo participara en las conversaciones
político-sociales-estudiantiles fue Roberto. Un tipo muy tranquilo, que había
sido fraile y a veces parecía seguirlo siendo, aunque con posiciones ateas, que
después me enteré la había pasado muy mal en su vida por haber denunciado a
unos malandrines y ahora estaba avanzado en su carrera de Derecho, que quería
terminar, justamente para trabajar en la justicia.
Cuando Roberto se enteró que yo pensaba salir de Salvador
rumbo a Maceió me preguntó si no me interesaba visitar un monasterio en
Alagoas, el mismo estado. Me habló de las bellezas geográficas del lugar y yo
pensé que sería algún lugar en ruinas, y le dije que bueno, que me indicara
cómo llegar y yo pasaba.
A los días insistió: si yo realmente quería ir al
monasterio él tenía que avisar previamente, y me preguntó cuántos días me
quedaría.
Ahí ya empecé a hacerle preguntas: de qué se trataba ese lugar, si recibían
personas no religiosas, si me quedaba de pasada y por qué tenía que quedarme
varios días.
Me dijo que era un lugar donde los monjes y monjas (o como se
llamen) eran muy abiertos y recibían personas de cualquier religión invitando a
todos a participar de las oraciones y rituales pero sin obligar a nadie a hacerlo.
Me decía que le parecía que yo iba a encajar muy bien ahí, pero solo me
convenció cuando mencionó que eran partidarios y practicantes de la teología de
la liberación.
Así que cuando ví que los plazos que tenía en mi cabeza se
me venían muy encima, cambié mis días en Maceió por días en el Monasterio de
Catita.
Al fin y al cabo, lo bueno que parece tener Maceió son las playas, y me
dicen que las hay mejores y más tranquilas en el recorrido que pienso hacer.
La
ciudad en sí es famosa por ser una de las más violentas de Sudamérica.
Y pasar
unos días en un lugar pensado para la meditación, entre sierras y ríos no es
cosa de todos los días.
Aquí llegué, un miércoles temprano en la mañana, con un
recado por escrito de parte de Roberto para el Fraile superior y con un
"cacho" de "bananas da terra" como peso extra, ya que si
bien la estadía es gratuita, piden alguna colaboración en alimentos a cambio.
De Novo Lino había llegado a Colônia Leopoldina en un auto-van, y de ahí tuve
que tomar un(a) moto-taxi hasta el monasterio, cerca del poblado de Catita, una
aldea entre las sierras que prácticamente no tiene locomoción. Caminando, se llega de Colônia en unas 3 horas, en
bicicleta la mitad. Con la carga que llevo en relación a lo debilucha que soy,
no llego ni a la esquina.
En fin, me recibió Diane, una señora en remera y pescadoras con
marcado acento francés que parece ser una monja canadiense que vive en Brasil
hace 17 años, quien me ofreció desayuno y me contó de su rutina diaria: aquí se
levantan a las 4 para orar, ahí no me acuerdo qué tareas hacen, luego oran de
nuevo a las 6 y toman el desayuno. De ahí cada uno parte a su tarea asignada:
cuidar las cabras y las gallinas, cosechar frutas o verduras, regar, cocinar,
limpiar. Al mediodía oran de nuevo y luego almuerzan.
El lavado de platos suele
ser colectivo, después descansan (aunque esta semana no tienen mucho tiempo
para la siesta porque a las 14:30 se juntan para estudiar el evangelio según
San Juan).
A las 17 oran de nuevo, y según el día y si hay un cura presente
tienen una misa, después cenan y a las 19.30 vuelven a la capilla para la última
oración del día.
Cuando Diane me iba contando todo esto y me preguntaba por
mí, apareció Bastiana, quien se manifestó sumamente alegre de que yo estuviera
allí, diciendo "Muiiito boooom!" cada frase por medio.
Lo decía con
una alegría sospechosa.
Más tarde otro me explicó que había pensado que yo era
una nueva "voluntaria" que me había mudado allí. Igual siguió repitiendo
aquel enfático "muiiito booom!" después de cada cosa que le gustaba.
Después de desayunar pegué una buena siesta antes de ir a
conocer a los demás y almorzar con ellos. Me dieron un cuarto, un poco alejado
del resto, en una especie de casita dividida en cuatro cuartos. Tenía que
cerrar con llave cada vez que saliera, me dijeron, por seguridad, pero de hecho
era la única forma de cerrar porque la puerta no tenía picaporte.
De tarde conocí a Isaac, un vecino con aspecto de persona
muy humilde, que pasaba todos los días por ahí para llegar a su propia
hacienda. Le entendía poco de lo que hablaba ya que lo hacía entre dientes y
usando expresiones locales. Me preguntó si me gustaba la "jaca mole"
a lo que respondí que sólo había probado la jaca dura (en Chapada Diamantina) y
me regaló una que llevaba en un canasto en la bicicleta.
Me dijo que era lo
mejor porque pesaba mucho y tenía una rueda desinflada y se le iba a pinchar
del todo. Y también le entendí que tenía mucha fruta que se estaba echando a
perder, que ya había ofrecido a los monjes pero que ellos no iban hasta ahí a
buscarla por no se qué problemas.
Al día siguiente me lo volví a cruzar y esta
vez fui a conocer sus plantaciones y me volví con otra jaca, una centena de
bananas y varias mandarinas.
Tenía más cosas pero no me daban las manos para
llevar todo, y además tampoco éramos tantos en el monasterio esos días y la
fruta se podía echar a perder ahí también... el hombre hasta me mostró un lugar
del río donde me dijo que estaba bueno para bañarse y me invitó a ir al día
siguiente. Yo agradecí y pensaba ir, pero luego Bastiana se mostró preocupada
porque no le tenía confianza y me empezó a hablar mal de él. Otros monjes me
dijeron que no era tan así, que era algo personal y exagerado de esa monja,
pero en fin, yo no quería que nadie discutiera con nadie, así que al día
siguiente le avisé a don Isaac que no iba a ir al río, y de todos modos me dio
unas naranjas, que volvieron a ser bienvenidas por todos.
Con los días se fueron desayunando que yo no era religiosa para
nada, y que no sabía ni rezar un Padrenuestro, aunque me dispusiera a observar
cómo realizaban ciertos rituales o estudiaban la biblia.
Igual parecían
entusiasmados con mi presencia, sobre todo cuando se enteraron que era hija de
ex presos políticos y que me interesaba el tema. El fraile coordinador del
monasterio dijo ser un admirador de los Tupamaros y en general todos parecían
apoyar cualquier movimiento social latinoamericano que estuviera contra el
Poder.
La noche antes de irme me preguntaron si quería una
bendición luego de la cena.
Dije que sí porque ya había visto que era su forma
de despedirse de la gente.
João Batista, el coordinador, quien acompañaba las
oraciones cantadas con una guitarra, fue a buscar su instrumento y pidieron que
cantara para ellos alguna canción de Uruguay.
El hombre tenía mucho oído e iba
sacando los tonos en el momento para acompañarme.
Cada vez estaban más
entusiasmados y pedían canciones que conocían en español: algún bolero, alguna
de Violeta Parra, alguna que cantaba Mercedes Sosa... en una me preguntaron por
no se qué canción y dije que no me acordaba la letra y trajeron la biblia y
allí estaba... me sorprendió gratamante encontrar ahí varias canciones
latinoamericanas, en su lengua original. Me cantaron un par de canciones
típicas nordestinas y luego me dieron la bendición a su modo, muy emotiva y muy
de acuerdo con el momento.
Solo uno incluyó a Dios y a los ángeles en lo que me decía, el resto me deseaban buen viaje, luz y música en mi camino, amor y fuerza para continuar a mi modo la lucha de mis padres, y que "me endureciera sin perder la ternura jamas"
Solo uno incluyó a Dios y a los ángeles en lo que me decía, el resto me deseaban buen viaje, luz y música en mi camino, amor y fuerza para continuar a mi modo la lucha de mis padres, y que "me endureciera sin perder la ternura jamas"
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