sábado, 25 de enero de 2014

¿Una de arena y una de cal?

Continuando con mi racha de mala onda -y cuestionándome seriamente si no sería yo que con mi negatividad estaba atrayendo negatividad-, el viaje desde Jijoca de Jericoacoara hasta São Luis se me hizo eterno.

Primero, el encontrar un buen punto para hacer dedo, porque por aquí no había una estación grande de servicio ni por asomo. Caminando bastante llegué a un trébol que alguien me indicó que era un buen punto ya que había sombra y una posada movimentada enfrente.
Lo de la sombra era bueno para mí que venía disecándome al sol, lo de la posada ayudaba a que la gente tuviera menos desconfianza y parase. Se me acercaron un par de motociclistas, uno vendiendo helados, y el otro a preguntar a dónde iba, pero no me podía llevar aunque fuera cerca, así que no sé qué quería. En un momento paró una camioneta y me ilusioné, pero paraba solo para disculparse porque no me podía llevar porque estaba completo (lo cual era real y me resultó muy gracioso).

Mi intención era llegar primero a Camocim, el último municipio de Ceará por el litoral, y de ahí conseguir otra carona hasta São Luis, para lo cual tendría que atravesar el estado de Piauí con quien me llevase. Sobre el mediodía paró un camión con dos ocupantes y una especie de grúa atrás. Me dijeron que no entraban en Camocim pero que iban hasta Parnaiba.

Yo sabía que era la ciudad más importante de Piauí sobre el litoral, o sea que me dejarían más adelante en mi camino aunque no exactamente en la ruta que yo esperaba. Me subí contrariando la regla de "mujer sola no sube a vehículo de dos o más hombres". Uno de ellos me hizo recordar el por qué, cuando, sentado al lado mío, buscaba cualquier excusa para ponerme la mano en la pierna o rozarme para alcanzarle algo al otro, que iba manejando. El chofer por el contrario me pareció muy buena gente y preocupado conmigo, así que en una que se bajó a hacer un trámite aproveché para cortarle el mambo al idiota que tenía al lado, que por supuesto me dijo que no se había dado cuenta. Pero no lo hizo más, así que todo bien.

En el camino tuvieron varios percances: algo que se quemaba y largaba un olor horrible cuando frenaban -que solucionaron luego de varios intentos "levantando un truck"-, se perdieron en la ruta por lo que dieron una vuelta en U para volver muchos kms para atrás para agarrar otro camino, y sobre todo, les faltaba una nota que tenían que tener para atravesar la frontera con Piauí. La nota le iba a llegar por e-mail al jefe de ellos, que venía unos kms atrás en su camioneta propia. Cerca de la frontera paramos en un poblado para hacer tiempo esperando la bendita nota y los cuatro tratamos de matar el calor con agua y coca helada bajo los escasos árboles de la plaza. En la mitad de la siesta el jefe salió a imprimir el e-mail que le avisaron le estaban mandando y arrancamos.
Hablaron de que iban a tener que quedarse en una casa de la empresa en Parnaiba ya que no les daba el tiempo para volver a Fortaleza.
El jefe, un ingeniero joven, me dijo que podía quedarme con ellos, que la casa tenía varios cuartos aunque nada de muebles. A esa altura ya sabía que no iba a llegar ese día a São Luis, así que acepté.
Fui con el camión hasta un Shopping que están construyendo en Parnaíba y observé cómo trabajaban con la grúa y colocaban un tanque de gas en cierto lugar que luego sería instalado por otros operarios para abastecer todo el Shopping.

Ya atardeciendo viajamos hasta la casa mientras estos dos se divertían gritándole cosas a la gente que corría por el cantero del medio de una amplia avenida.
Nos reunimos con otros dos operarios y nos ubicamos en los cuartos, efectivamente me dejaron uno para mi sola, donde de noche dormí muriendo de calor en mi sobre de dormir. Cada uno de ellos durmió en su hamaca paraguaya, y volví a recordar por qué tengo que comprarme una pronto.
Antes de eso me invitaron a cenar y sobre todo a tomar en el barcito de al lado. Perdí la cuenta de cuántas cervezas pidieron, y para mí que no gusto de la cerveza, para que brindara con ellos, trajeron cachaza.
Al día siguiente, tempranito como combinamos, me despertaron para arrancar.
Dijeron que me dejarían en un poblado llamado Sobral que me quedaría muy bien para encontrar otra carona, ya que por la ruta del litoral, ellos consideraban que no pasarían muchos camiones que me sirvieran. Pensé que ellos sabrían mejor que yo, aunque me fui arrepintiendo a medida que pasaban los kilómetros y yo veía que estaba volviendo demasiado para atrás sobre mis propios pasos... resulta que volvimos a cruzar la frontera Piauí-Ceará en sentido inverso y yo pensaba en el tiempo perdido, pero ya era tarde, porque si les pedía que me dejaran en la mitad de la ruta podía morir ahí de vieja.
Me dejaron en una estación de servicio a la salida de Sobral cerca del mediodía. Traté de acercarme al personal de la estación pero no parecían muy interesados en que yo estuviera ahí. Me resguardé del sol bajo el techo del restaurante y al rato me ofrecieron sentarme, luego agua, y al final un plato de comida.
Noté que a pesar de no estar al sol se me formaban unas ampollitas bajo la piel en los pliegues de las manos. No recuerdo que me hubiera pasado antes. Traté de tomar el máximo de agua posible. Una vendedora me dio ánimos diciendo que iba a encontrar alguien que me llevara más sobre el final de la tarde, que ahí, con el calor, la gente evitaba manejar en las horas más cálidas. 

Efectivamente sólo conseguí un camión yendo para aquel lado de tarde.
Yo estaba pidiendo que me dejaran en Teresina, capital de Piauí. Este hombre me dijo que pasaba por ahí y seguía hasta Pará, que me podía dejar más adelante. Agradecí encontrarme de nuevo en un camión de los amplios donde nadie iba alcanzar mi pierna mientras manejase. El hombre era un fanático del aire acondicionado, al punto que me tuve que abrigar con un saquito.
Viajaba casi en caravana con otros dos camioneros de la misma empresa, uno de ellos era el hermano. Subimos Sierra Grande para llegar -nuevamente para mi- al estado de Piauí. Realmente era un ruta peligrosa para quien no la conociera.
Cada vez que paraba en algún puesto de control, o una estación de servicio, bajaba para hablar con el hermano. Una de las veces que volvió me comentó que el hermano le preguntaba si ya me había abordado. Noté que lo decía porque le interesaría, y respondí rápidamente que me parecía perfecto que no me abordara cuando no había interés de mi parte. Anduve nerviosa un tiempo pero el hombre entendió y al rato estaba hablando de otra cosa.

A la mañana siguiente me estaba dejando en Cachucha, un poblado ubicado un km antes que la entrada a la ruta que lleva a la isla donde queda ubicada la ciudad de São Luis.
Estuve en una nueva estación de servicio durante varias horas.
Aquí tuve ayuda de un camionero que estaba esperando cargamento y de los trabajadores de la estación, que me daban ideas de cómo pedir carona.
En un momento me preguntaron si era de la iglesia. Me causó mucha gracia, sobre todo porque tenía la sensación de que las mujeres de los camioneros me miraban como si fuera una prostituta, o como le dicen acá, mujer "de programa".
Una de las muchachas de la estación terminó convenciendo a un camionero desconfiado de que yo era inofensiva y que me podía llevar tranquilo. El pibe me arrimó hasta una terminal de ómnibus en la entrada de la ciudad, donde tomé un bondi hasta otra terminal y desde ahí otro más, y terminé llegando de noche al punto de encuentro marcado con mi nuevo "couch".

Cansancio es poco.

(click acá para ver la ruta)

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