Cuando salí de Santa Teresa, fui a dar a una casa en la
comunidad de Tabajaras (lo que solemos llamar favela), ubicada aproximadamente
a un kilómetro de la playa de Copacabana. La entrada a la comunidad es una
escalera larga y empinada, donde hasta los moradores quedan de lengua afuera al
terminar de subirla. Y luego hay que seguir subiendo, según en qué sector se
viva.
Para bajar hasta la playa lo recomendable es ir equipado con agua, comida
y lo que se pueda precisar, porque los precios en Copacabana son terribles. Y
si llega a ser fin de semana y está soleado, vale más la pena caminar unas
cuantas cuadras hasta llegar a Ipanema, porque Copacabana es un hormiguero
insoportable de gente, a pesar de tener una franja de arena más amplia y linda.
Allá me quedé en la casa de un pibe sumamente intelectual,
cursando actualmente dos carreras a la vez ya estando recibido de otras cosas.
Además era vegano (fundamentalista) y trabajaba con cine. O sea, una cantidad
de elementos que habitualmente no le atribuiría a una persona viviendo ahí.
Prejuicios, por supuesto, pero compartidos también por la propia sociedad
carioca. Él me contaba que una compañera de clase le había dicho que prefería
morir antes que vivir en una favela. A ese extremo puede llegar la gente, si.
Ahí experimenté cocinar cosas variadas, inventé con lo que
había y con la precauciones de lo que no se podía, incluso con poco fuego y
varios días sin agua, y creo que fue una prueba superada.
Pero esos días no los pasé tan bien, en primer lugar porque
estuve padeciendo una migraña imposible, de esas que no se van ni con
medicamentos tradicionales ni no tradicionales ni nada... no soportaba la luz
del sol (que por fin había salido) ni ruidos muy fuertes, ni ningún movimiento
de la cabeza. Fue durante varios días y realmente me daba ganas de llorar.
Después de pasada la migraña comenzó una tos seca que me venía sobre todo en
las noches, y que asocié inmediatamente al humo, el convidado de piedra de la
casa. Mi anfitrión también andaba con tos hacía tiempo, pero él decía que la
suya tenía origen en los gases lacrimógenos inhalados en las manifestaciones de
esos días. Y por supuesto seguía fumando.
Lo otro que padecí esos días fue la relación con mi
anfitrión: por un lado era muy amable y solidario conmigo, compartiendo todas
sus cosas y su espacio sin tener obligación ninguna para hacerlo. Por otro lado
volcaba en mi una cantidad de enojo hacia otras personas que tenía guardado, y
no sé si habría logrado hablarlo con alguien tan abiertamente hasta que estuve
allí y entramos en confianza. Entonces, creo que estuve conviviendo con alguien
bipolar, no sé si de diagnóstico clínico, pero sí en la práctica. Una persona
que quería rodearse de personas que fueran libres, que actuaran tal como
fueran, pero luego le molestaba que yo hiciera o dejara de hacer lo que yo quería,
entonces me generaba una contradicción muy grande.
Al hacer mis mochilas para
irme a dormir a otro lado, cambió su actitud, me convenció de quedarme ya que
decía que estaba muy solo y esos días le venía bien mi compañía. A los dos días
ya se estaba quejando de todo de vuelta, destratando al mundo entero en mi
persona.
Cuando me preguntó por qué me seguía quedando ahí le dije con toda mi
sinceridad ingenua que estaba tratando de ver cómo se hacía para revertir la
situación para no irme y quedar "peleados" siendo que nos podíamos
llevar tan bien. Al acompañarme al metro cuando definitivamente me iba de ahí,
me pidió disculpas por cualquier daño que me hubiera causado.
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