lunes, 11 de noviembre de 2013

Rio - Tabajaras


Cuando salí de Santa Teresa, fui a dar a una casa en la comunidad de Tabajaras (lo que solemos llamar favela), ubicada aproximadamente a un kilómetro de la playa de Copacabana. La entrada a la comunidad es una escalera larga y empinada, donde hasta los moradores quedan de lengua afuera al terminar de subirla. Y luego hay que seguir subiendo, según en qué sector se viva. 
Para bajar hasta la playa lo recomendable es ir equipado con agua, comida y lo que se pueda precisar, porque los precios en Copacabana son terribles. Y si llega a ser fin de semana y está soleado, vale más la pena caminar unas cuantas cuadras hasta llegar a Ipanema, porque Copacabana es un hormiguero insoportable de gente, a pesar de tener una franja de arena más amplia y linda.

Allá me quedé en la casa de un pibe sumamente intelectual, cursando actualmente dos carreras a la vez ya estando recibido de otras cosas. 
Además era vegano (fundamentalista) y trabajaba con cine. O sea, una cantidad de elementos que habitualmente no le atribuiría a una persona viviendo ahí. Prejuicios, por supuesto, pero compartidos también por la propia sociedad carioca. Él me contaba que una compañera de clase le había dicho que prefería morir antes que vivir en una favela. A ese extremo puede llegar la gente, si.

Ahí experimenté cocinar cosas variadas, inventé con lo que había y con la precauciones de lo que no se podía, incluso con poco fuego y varios días sin agua, y creo que fue una prueba superada.

Pero esos días no los pasé tan bien, en primer lugar porque estuve padeciendo una migraña imposible, de esas que no se van ni con medicamentos tradicionales ni no tradicionales ni nada... no soportaba la luz del sol (que por fin había salido) ni ruidos muy fuertes, ni ningún movimiento de la cabeza. Fue durante varios días y realmente me daba ganas de llorar. Después de pasada la migraña comenzó una tos seca que me venía sobre todo en las noches, y que asocié inmediatamente al humo, el convidado de piedra de la casa. Mi anfitrión también andaba con tos hacía tiempo, pero él decía que la suya tenía origen en los gases lacrimógenos inhalados en las manifestaciones de esos días. Y por supuesto seguía fumando.

Lo otro que padecí esos días fue la relación con mi anfitrión: por un lado era muy amable y solidario conmigo, compartiendo todas sus cosas y su espacio sin tener obligación ninguna para hacerlo. Por otro lado volcaba en mi una cantidad de enojo hacia otras personas que tenía guardado, y no sé si habría logrado hablarlo con alguien tan abiertamente hasta que estuve allí y entramos en confianza. Entonces, creo que estuve conviviendo con alguien bipolar, no sé si de diagnóstico clínico, pero sí en la práctica. Una persona que quería rodearse de personas que fueran libres, que actuaran tal como fueran, pero luego le molestaba que yo hiciera o dejara de hacer lo que yo quería, entonces me generaba una contradicción muy grande. 
Al hacer mis mochilas para irme a dormir a otro lado, cambió su actitud, me convenció de quedarme ya que decía que estaba muy solo y esos días le venía bien mi compañía. A los dos días ya se estaba quejando de todo de vuelta, destratando al mundo entero en mi persona. 
Cuando me preguntó por qué me seguía quedando ahí le dije con toda mi sinceridad ingenua que estaba tratando de ver cómo se hacía para revertir la situación para no irme y quedar "peleados" siendo que nos podíamos llevar tan bien. Al acompañarme al metro cuando definitivamente me iba de ahí, me pidió disculpas por cualquier daño que me hubiera causado.

¿Un loco consciente? Quién sabe. Sí sé de mi estupidez inconsciente por dar segundas, terceras  y cuartas oportunidades a las personas por creer que me hacen bien hasta que prueben fehacientemente lo contrario.



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